A los platos estaba Jesus Morilloconde, sirviendo música electrónica para que los adeptos al baile no se marcharan a casa. La sala emanaba buen rollo y la clandestinidad impuesta a quienes bailamos en locales mientras el sol brilla, desde hace horas, en el exterior, sólo potenciaba la magia y las ganas de diversión de los allí reunidos. Oscuridad absoluta y cierta discreción hacen de está sala ser una de las referencias en las sesiones matutinas del norte. Un lugar cien por cien recomendable y del que seguro os seguiré hablando. Sinceramente... es único.
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