El antiguo teatro San Carlo Opera House, posteriormente reconvertido en estudios de televisión, fue el emplazamiento seleccionado por Steve Rubel, Ian Schraeger y Jack Dushey para erigir el nightclub más famoso de la historia donde los palcos hacían de reservados perfectos para la lujuria y desenfreno sexual y el sótano, reconvertido en zona VIP, escondió hipérboles de hedonismo estratosférico.
Cada noche, decenas de personas, se acercaban a la puerta de la sala con el sueño de compartir pista junto a Liza Minnelli, Calvin Klein o Warhol. Allí el equipo de porteros se dedicaba a descartar gente gris y clónica, intentando aunar una clientela original, divertida y heterogénea. Y así, bajo el cuadro Hombre de la Luna, donde se reverenciaba el consumo de cocaína, los congregados bailaban en un ambiente libre y libertino donde el exceso era en exceso y el placer un dios al que idolatrar.
La fantasía al servicio del goce, los límites se dejaban en la calle y los decibelios siempre iban aliñados de química y despendole. Fueron casi cuatro años para crear una leyenda, un icono que todavía hoy perdura y sirve de referencia a vividores y templos del vicio y la diversión.
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