Para contar la historia de lo que al principio se llamaba La Ruta Destroy, el
museo incluso ha montado una minidiscoteca, un cubo de 25 metros cuadrados
en el que se recrea el ambiente de club. Además, se han reunido flyers,
discos y fotografías de la época, algo que no resulta fácil, teniendo en cuenta
que aquel fue quizá el último gran estallido juvenil enteramente pre-digital:
los cañeros, como se llamaba a veces a quienes tomaban la carretera
del Saler, no se dedicaban a documentar cada fiesta a golpe de foto, como
ahora.
"No es pecado ser alegre", resume Lluís Fernández,
el comisario de la muestra. "Tanto la derecha como la izquierda han tenido
una idea muy puritana de la cultura. La discoteca en sí no tiene muy buen
cartel y eso que todo el mundo ha pasado por allí", asegura.
A los que defendemos e intentamos, desde hace tiempo, explicar lo que
fue la Ruta más
allá de prejuicios, la muestra da un empuje definitivo a la hora de valorar lo
destroy tal y como se merece.
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