lunes, 28 de noviembre de 2016

RECORDANDO LA SALA COLUMBUS

Acabando este mes de noviembre, se me ha venido hoy a la cabeza las impresionantes sesiones de aniversario que se celebraban, por estas fechas, en la extinta sala Columbus. Ubicada en una zona de ruinas industriales, junto a la Ría de Bilbao, la discoteca ocupaba uno de aquellos pabellones grises y de estética fabril. Columbus revolucionó el mundo de las pistas de baile en Vizcaya y dejo atrás el concepto "sala de fiestas con camareros en camisa y pajarita". Recuerdo la primera vez que entré allí y lo mucho que me llamó la atención bailar sobre el asfalto de aquel edificio, acostumbrado yo a quemar suela en superficies más tradicionales como la madera, la baldosa o la omnipresente moqueta de anquilosados clubes anclados en la imaginería disco de los años 70.
Pero si algo tenía Columbus como definitivo y definitorio era su sonido, nunca he vuelto a escuchar algo así. Un beat distorsionado, potente y de enorme brutalidad que se te metía en el estomago y te empujaba al baile bajo un nivel de volumen ensordecedor. La música impregnaba cada poro de tu cuerpo mientras te mimetizabas con una multitud que gozaba en comunión de todo aquello. Y digo multitud porque allí podríamos, un sábado a las ocho de la mañana (quién lo diría hoy en día), estar sobre las 1000 personas botando al unísono gracias al buen hacer de su deejay. Balen, que amaba la música, nos servía una mezcla de techno, house, dance del menos comercial, progressive y, por supuesto, trance. Música electrónica, en definitiva, para no parar de bailar bajo una nube de hidrógeno en pleno estallido del bilbotrón.

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