lunes, 30 de junio de 2025

"MAQKINA: HISTORIA DE UNA SUBCULTURA" EN TV3


Acaban de publicar
, hace una semana, en TV3 el documental Maqkina: Historia de una subcultura”. Un maravilloso trabajo realizado por
Óscar Sueiro, Álex Salgado y Daniel Boix donde se despieza el fenómeno que arrasó las pistas de baile catalanas y su beat contundente acabó expandiéndose a través de emisoras de radio y cintas de casete más allá de su escenario inicial. Seguramente el último fenómeno juvenil interesante previo a la revolución digital que trajo el nuevo milenio. 

El documental es rápido, divertido y, en ocasiones, crudo. Igual que el género que trata de explicar. Se nota que se ha ideado desde dentro del fenómeno y eso lo hace más verídico y auténtico. La historia de esta subcultura es contada a través de la experiencia de nombres propios que fueron parte de ella como Nando Dixkontrol, Pastis, Buenri, Frank Traxx, Mónica X o Ricardo F. entre otros muchos. Una historia que fue criminalizada y atizada desde el stablishment como les ha ocurrido a todos aquellos movimientos que supusieron un peligro para el poder establecido. Y una historia ahora contada desde todas sus vertientes y prismas para reivindicarla con sus luces y sus sombras.  

En el documental, abierto y desprejuiciado, aparecen opiniones que nos acercan a una explicación más completa y enriquecedora de la que los medios dieron en su día. Sus orígenes en Valencia, su explosión en Cataluña, las drogas, el paso de Q a la K, las radios, su mercantilización, la violencia asociada, su conexión con la clase obrera y la periferia barcelonesa, la expansión más allá de Cataluña... 

Mientras se lanzan datos, los recuerdos de quién lo vivió se desbloquean y el interés por quién no lo bailó aumenta como un subidón maquinero. Imágenes de la época, temazos quemasuelas y nombres de lugares como Scorpia, Chasis, Psicódromo o Pont Aeri reviven un momento, una forma de vida, una manera de estar en el mundo. Un fenómeno que nos dio esperanza a quienes no la teníamos, a esos parias sin futuro, a esos jóvenes de barriada acostumbrados a las migajas. Por fin teníamos nuestro sitio, nuestra banda sonora y el orgullo de pertenecer a algo, no a la nada, de estar en el centro y no en los márgenes, de ser los putos amos, de ser maqkineros. 

Gracias por contarlo 30 años después.  

domingo, 22 de junio de 2025

STRIPTEASE EN LA PISTA DE BAILE

 


Desde hace ya unos cuantos años estamos siendo arrastrados por una corriente de puritanismo que ha vuelto a censurar el desnudo en el ámbito de lo público y cada vez resulta ser mayor el escándalo cuando aparece una teta, un culo y no te digo ya unos genitales. Da la sensación de que estamos regresando de manera inexorable a las décadas anteriores a la mitad del siglo XX cuando el desnudo estaba criminalizado y perseguido. Desde entonces las democracias occidentales fueron permitiendo de manera paulatina la introducción del desnudo en ámbitos relacionados con el espectáculo, ya sea en los cabarés, las películas o cualquier otro tipo de show.  

En el caso de España la cosa se retrasó hasta la muerte de Franco, pero explotó con una intensidad inusitada como en ningún otro lugar. Demasiados años de represión provocaron que, a finales de los años 70, subiría la fiebre por el desnudo en el país durante las décadas de los 80 y 90. Al principio los stripteases eran un acto revolucionario, político diría yo, asociado en la mayor parte de las ocasiones a la intelectualidad del momento, donde strippers como Christa Leem eran musas de la libertad. Al poco llegó el “destape” y con él, en toda película española tenía que aparecer un desnudo de alguna mujer. El fenómeno se popularizó y no quedó reducido al cine. Los quioscos se llenaron de señora ligeras de ropa, los teatros y la televisión también. La contraportada del As y la primera página de Interviú fueron ejemplo de ello. Se legalizó la pornografía y las películas eróticas hacían furor. Eso sí, la sociedad no avanzó tanto y en la inmensa mayoría de los casos, el desnudo fue siempre femenino, evidenciando la cultura machista y llevando a equívoco al personal. ¿Estábamos ante una liberación o ante la cosificación de la mujer como objeto de consumo para hombres? Y así nombres como Susana Estrada, María José Cantudo, Marisol o Sabrina protagonizaron momentos subidos de tono en una lista en la que no tenían cabida los hombres.  

Por su parte, las discotecas y salas de fiesta no fueron ajenas a esta tendencia y la gran mayoría subieron la temperatura de su pista ofreciendo espectáculos de alto voltaje. En sus pódiums apareció la figura del go-gó con mínima ropa y aquí sí, mayor paridad en cuanto a género. Y es que, aunque eran más las mujeres que bailaron en las tarimas, no era raro encontrar go-gos de ambos géneros. Desde finales de los años 80 los pases de stripteases eran habituales en la mayor parte de las discotecas. Chicas y chicos con cuerpos esculturales cortaban las mezclas del deejay para llevar a cabo su espectáculo, que podía ser integral o no. 

Pero el asunto no se quedó ahí, la popularización del desnudo como espectáculo en los años 80 y 90 propició la aparición de los concursos de camisetas mojadas. Mujeres con camisetas blancas se mojaban el atuendo ante un público absorto ante tanta algarabía y como el show debía continuar pronto aparecieron la versión húmeda masculina, los concursos de calzoncillos mojados.  

La cosa iba in crescendo y el público pedía cada vez más, así que pronto aparecieron los shows de porno en vivo donde se practicaba sexo explícito encima del escenario. Seguramente la barcelonesa sala Bagdag fue pionera en este ámbito, pero Madrid estaba llena de peakshow y en Bilbao recuerdo la sala Capri. 

El striptease fue algo tan integrado en la sociedad española que programas nocturnos tan icónicos como Esta noche cruzamos el Misisipi” comenzaban con uno y la última gran época dorada fue gracias a Crónicas Marcianas y las stripers Chiqui Martí y Susana Rachel. Mientras, en las discotecas, los stripteases cada vez eran más chabacanos y vulgares. Después de tanto tiempo, el striptease se había vulgarizado, ya no era algo glamouroso y mucho menos un acto de rebeldía. 

Las nuevas generaciones comenzaron a ver el asunto como algo casposo y cutre. Con la llegada de Internet y una nueva oleada de puritanismo los desnudos desaparecieron del mainstraim. Ahora la televisión tradicional, las plataformas como Youtube, Instagram o TikTok no quieren desnudos en sus pantallas y las discotecas hace mucho que dejaron de programar striptease, el asunto había dejado de estar de moda. 

domingo, 8 de junio de 2025

LA RUTA DEL NORTE

 

La Ruta del Bacalao valenciana fue la más conocida, la original y originaria. Estaba asociada, de alguna u otra manera, al fenómeno internacional de las raves en zonas apartadas de las grandes ciudades que tuvieron su epicentro en Gran Bretaña desde la segunda mitad de la década de los años 80. Por aquel entonces la fiebre por el acid house trajo consigo un segundo Verano del Amor y un fenómeno que se reprodujo en diferentes países a través del cual los jóvenes bailaban a varios kilómetros de distancia de los centros urbanos en almacenes, prados, edificaciones abandonadas, debajo de puentes... El asunto tuvo múltiples variables y ramificaciones con elementos diferenciadores entre ellas. En el mundo anglo, por ejemplo, se deslizaron hacia sonidos como el acid house y en Centroeuropa hacia la música EBM, New Beat e industrial. A la vez, e incluso antes diría yo, en Valencia, los más inquietos se desplazaban al entorno de la Albufera para bailar un eclecticismo sónico en discotecas ubicadas junto a la carretera de El Saler. Se trataba de ir a bailar a los mismos emplazamientos y del establecimiento de una ruta de salas a las que acudir de manera consecutiva cada fin de semana. En la vecina Ibiza estaba sucediendo algo parecido. 

Para finales de los 80 y principios de los 90 el asunto comienza a ser más conocido, especialmente entre la juventud, pero poco documentado. Y como si de una leyenda se tratase, la historia se transmitía de manera oral, corriendo como la pólvora por toda la geografía del país lo tremendo de la fiesta valenciana. De esta manera, otras zonas replican el fenómeno en sus ciudades. Barcelona, Madrid, Alicante, Bilbao son las más famosas. Vamos con esta última, aunque, en realidad, la de Bilbao como tal no existía. Se trataba de una parada que formaba parte de una ruta más amplia, la del Norte, que englobaba Cantabria, Navarra y todo Euskadi. Pero será en Bizkaia y Gipuzkoa donde el fenómeno destroy adquiera una mayor fuerza y sirva como polo de atracción y epicentro de una movida que evolucionaba, ya en los 90, del bacalao valenciano a un nuevo movimiento con una identidad propia. 

El asunto comenzó desde principios de los 90 en salas como Txitxarro, Itzela, Jazz berri, New Guass, Venecia, Young Play, The Sound... que dejaron de lado el concepto “sala de fiestas” y se sumergieron en la música más vanguardista del momento. La música electrónica de baile comenzó a sonar en sus altavoces a un volumen estratosférico mientras la luz de estrobo acompañaba al beat contundente. Pastillas y speed comenzaron a consumirse porque la gracia estaba en bailar todo el fin de semana y hay quien por mucho subidón sónico que hubiera no tenía aguante para tanto. La makina, el trance y harddance fueron mutando hacia el progressive y la aceleración despiadada de los ritmos hasta una velocidad de 120, 130 y finalmente 140 BPMs era patente. Había llegado el bumping o pocki, como se le llamaba por estos lares, aunque, para entonces, ya habíamos entrada en la década de los 2000. 

El rock radical vasco, que nació como revulsivo sónico en Euskadi para un sector de la juventud muy politizado desplazó a la música tradicional y folk para acabar autoconsiderándose la “verdadera música de los vascos”. Y como ocurrió, por ejemplo, con la copla en el franquismo sirvió como instrumento de politización. Pero, a finales de los 90, el verdadero espíritu punk era la música que se bailaba en las discotecas de la ruta vasca, ubicadas en los extrarradios de las ciudades, donde se concentraban los jóvenes más rebeldes, la mayoría de familias proletarias que estaban hartos de todo y rechazaban esa Euskadi decadente llena de ruinas industriales. La juventud se desmovilizaba a la hora de seguir determinados planteamientos y comenzaba a desengancharse masivamente del RRV. A tal nivel llegó el asunto que ETA puso en el punto de mira a la ruta discotequera vasca porque veía como la juventud más contestaria no seguía sus patrones y elegía nuevos caminos de rebeldía y porque no decirlo, escapismo hedonista. 

El pelo pincho, las gafas de sol a las 3 de la madrugada, las botas art y las camisetas de colores iluminaron la noche en pistas de baile donde a nadie le importaba a quien votabas, de donde venías y a qué te dedicabas. Lugares como la Non Stop, Columbus, Nyx, Splash, Jazz Berri, Matraka, The Sound, Itzela se convertían en lugares de peregrinaje. 

Pero la violencia también estuvo presente. Los 90 fueron violentos y eso se veía en los campos de futbol, en las fiestas de los pueblos y ciudades y, por supuesto, en las discotecas. La multitud siempre ha resultado ser un estupendo refugio para ejercer actos violentos impunes y gratuitos en unos tiempos donde la tendencia a ir de malote era lo que se estilaba. Y las peleas estaban también a la orden del día en los clubs. 

Parkings abarrotados y decenas de buses circulando de un lugar a otro los fines de semana en busca de la mejor sesión comenzaron a decaer por un agotamiento del fenómeno que no daba más de . Una pirámide demográfica que comenzaba a perder base, la bajada del poder adquisitivo y los cambios de costumbres hicieron que la ruta del Norte, como ya había sucedido anteriormente con el resto, terminará desapareciendo a finales de la primera década de los 2000. 

Hoy se está viviendo un momento donde la juventud actual parece poner en valor todo aquello e incluso asumir ciertos postulados que parecen ser retomados para crear, casi 30 años después, una nueva escena, debidamente actualizada, inspirada en aquel espíritu discotequero.