lunes, 19 de diciembre de 2016
BILBAO SE RINDE A LAS MACROS
En plena agonía noctívaga y difícil coyuntura donde son múltiples las salas que abren y cierran sin continuidad en el tiempo, Bizkaia parece rendirse a la opción de las macrodiscotecas. Esta oferta no es nueva por estos lares y ya desde los años 90, cuando a rebufo de la hoy dignificada Ruta del Bacalao, diferentes clubs nacieron fuera de áreas residenciales ocupando amplios espacios para dejar el concepto de sala de fiesta con moqueta ubicada en los sótanos y bajos del centro urbano.
Hoy el número de este tipo de locales es similar al de la última década del siglo pasado y deja las calles más céntricas de Bilbao huérfanas de juventud con ganas de bailoteo. A Mao Mao Beach, Fever, Sonora y la intermitente Non ( o cómo quiera que se llame) se le une ahora CUE (en la antigua Moon). A este ocio de periferia podemos unirle, aunque no es exactamente lo mismo, la ya clásica Zul y, en Bolueta, Play. La mayoría se dirige hacia un público muy joven con precios bajos e incluso botellones menos costosos que los comprados en el supermercado, tal cual. En sus altavoces la electrónica pierde su hegemonía para dejar paso a los ritmos calientes y pegajosos del reaggetton y electrolatino. Y los aparcamientos ya no tienen problema de llenos, la presión policial obliga a los clubbers a utilizar el transporte público, no es de extrañar que las tres últimas inauguraciones sean a escasa distancia de una parada de metro. Son nuevos tiempos, esos que recuperan ideas pasadas para intentar mantener a flote una noche maltrecha.
Hoy el número de este tipo de locales es similar al de la última década del siglo pasado y deja las calles más céntricas de Bilbao huérfanas de juventud con ganas de bailoteo. A Mao Mao Beach, Fever, Sonora y la intermitente Non ( o cómo quiera que se llame) se le une ahora CUE (en la antigua Moon). A este ocio de periferia podemos unirle, aunque no es exactamente lo mismo, la ya clásica Zul y, en Bolueta, Play. La mayoría se dirige hacia un público muy joven con precios bajos e incluso botellones menos costosos que los comprados en el supermercado, tal cual. En sus altavoces la electrónica pierde su hegemonía para dejar paso a los ritmos calientes y pegajosos del reaggetton y electrolatino. Y los aparcamientos ya no tienen problema de llenos, la presión policial obliga a los clubbers a utilizar el transporte público, no es de extrañar que las tres últimas inauguraciones sean a escasa distancia de una parada de metro. Son nuevos tiempos, esos que recuperan ideas pasadas para intentar mantener a flote una noche maltrecha.
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