lunes, 13 de noviembre de 2023

ALFREDO BARRIOS DEJA LAS CABINAS

 

Durante este verano, mientras yo mantenía en barbecho el presente blog, ha ocurrido un hecho que no puedo dejar pasar por alto y es por ello que me serviré de este post para recordar y, en especial, reconocer la figura de un tipo que conquistó las noches baracaldesas y marcó una época en sus cabinas. Y es que el pasado mes de julio dejaba el mundo de las mezclas el deejay Alfredo Barrios.  
Alfredo está muy ligado a una etapa donde, mientras la noche de media Vizcaya había desaparecido, la marcha noctámbula de Barakaldo se reinventó para ofrecer una oferta vibrante y divertida. Finiquitada la etapa dorada de la zona de la calle Juan de Garay de la localidad fabril, donde cada fin de semana de los años 80 y 90 era imposible atravesarla por el gentío que se agolpaba en las inmediaciones de locales como la Bolsa, Androides y por supuesto la legendaria sala de fiestas Anaconda, la fiesta se trasladó varias calles hacia arriba y la calle Zaballa se postuló como centro neurálgico de la jarana de la Margen Izquierda y una de las propuestas más divertidas de todo el Gran Bilbao. 
Lo hizo además con mucha música de baile, para un público transversal en cuanto a la edad y retomando los postulados tradicionales de la dancefloor. En mi caso, después de más de una década sin acercarme por allí, flipé con una propuesta donde los hits electrolatinos más actuales sonaban junto a temas más comerciales de pachangueo y lo más curioso de todo, con temazos eurodance muy noventeros. Eso que ahora es norma y parece novedoso, lo hacía ya Alfredo Barrios hace más de diez años en el Neptuno. ¿Qué era el Neptuno? Un bar que acababa de ser reformado y que supuso uno de los revulsivos más importantes en la actividad noctámbula baracaldesa. Situado justo a la salida del metro Elkano, tan pequeñito como efervescente, allí eran donde los cubatas y combinados se preparaban con mucho mimo en copas de balón (otra novedad para la época) mientras pinchaba un joven en lo alto de una pequeña cabina blanca. Para ello echaba mano de un musicón que conseguía impregnar de un buen rollo impresionante al local. La primera vez que llegué allí me quedé impactado por un ambiente espectacular que se contraponía al que abandoné cuando dejé de ir por Barakaldo, tiempos en lo que su movida se había degenerado, siendo habitual encontrarte con peleas, trapicheos y, no en pocas ocasiones, navajazos. 
El buen rollo, la gente guapa con ganas de pasárselo bien y el baile habían vuelto a conquistar la noche. Pero si algo me flipó fueron las mezclas y la selección musical de un deejay que por edad no llegó a vivir la escena de los 90 pero que destilaba cultura musical. No dudé en acercarme para ver su mesa de mezclas y eso fue lo que más me impactó, tenía una sencilla controladora desde donde lanzaba todo. Alfredo Barrios me demostró en ese momento que el mundo de las cabinas estaba transformándose en cuanto a sonidos pero también técnicas y herramientas. Pronto me hice seguidor y acólito de sus sesiones. Era el momento de lugares como el Metropolitan donde su apuesta por el eurodance noventero era todavía más decidida, en especial con la llegada de Alex G. a su cabina y en aquella nueva escena fue donde por primera vez encontré deejays que veneraban como piezas pop inmortales temazos como el Get It Up de Sensity World o Flyng Free. Eso pasó en Barakaldo gracias a deejays como Alfredo y muchísimos años antes de que lo hiciera el moderneo patrio. 
Pero volvamos a nuestro protagonista, Alfredo Barrios. Su buen hacer no quedó limitado a la mencionada experiencia en el Neptuno y pudimos bailarle en otros locales como Anaconda y en los últimos años en New Vos. Además, su acción no se limitó exclusivamente a la música, entendió rápidamente el papel de las incipientes redes sociales y como la imagen era cada vez más importante. Por eso no dudó en gestionar a través de ellas sus eventos y pinchadas, trabajando la cartelería y el marketing. En la época de los deejays estrellas o estrellas metidas a deejay, Alfredo apostó, alineado con la tradicional cultura clubbing, por la figura de ese discjockey popular, querido pero cercano, que entendía la pista como ningún otro y era garantía de éxito noche tras noche.   
Para mí era el mejor ejemplo de lo que tenía que ser un discjockey en la segunda década del siglo XXI, momento en el que la figura se desvirtuaba especialmente en los segmentos más comerciales y populares, en los que tan bien encajaba Alfredo y cuya visión hizo darle una nueva vuelta de tuerca al asunto. 
Su carrera como DJ siempre basculó con una vida personal y profesional muy alejada de las bolas de espejo y este verano decidió continuar ese camino, dejando las cabinas tras infinidad de sesiones donde tanto hemos bailado. Gracias por hacerlo posible. 




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