Estos últimos días no se deja de hablar, escribir y tuitear acerca del último álbum lanzado por C. Tangana, ese que ha reventado plataformas como Spotify. Yo en este artículo no voy a disertar sobre su música, ya hay quien entiende mucho más de eso. Yo lo voy a hacer sobre el personaje, que es en realidad lo que me fascina del ahora llamado "El Madrileño" y voy a ir un paso más allá para hacerlo, quiero buscar referentes y coordenadas para ubicar el fenómeno de Pucho. Se que las comparaciones son odiosas y que no me gusta poner etiquetas pero en esto de describir realidades es necesario para delimitar. Ayer, Víctor Lenore, hacia lo propio en este artículo comparando al señor Tangana con Alaska. Yo sacaré otro nombre a la palestra, Ramoncín. Sí, para mi el Rey del pollo frito es a los 80 lo que Tangana a los 20. Lo es tanto, tanto que raya lo biológico y es que con ese parecido físico quién no diría que C. Tangana sea en realidad Ramoncín, que lejos de envejecer, como Jordi Hurtado, rejuvenece por arte del trap.
Con este artículo, además, traigo bajo el brazo la defensa de eso que se viene a llamar música urbana o lo que quiera que eso signifique a día de hoy. Para legos en la materia es la movida que se lleva ahora en gran parte de la juventud inquieta a base de música trap, hip-hop o reggaeton con pose chulesca y rebelde, chandalismo y oro, mucho oro. El caso es que algunos de los viejos rockeros, que ya se sabe que nunca mueren, palidecen atónitos ante usos y costumbres de una nueva generación, que a mi entender, poco dista de lo que se hacía cuarenta años atrás a orillas del Manzanares.
Por aquel entonces José Ramón Julio Márquez, de carácter rebelde e inteligente abrió el mundo del rock y el punk a las grandes masas. Tal y como hoy lo hace Antón Álvarez con las nuevas corrientes musicales, en su caso, muy entroncadas con los sonidos más tradicionales de los barrios. Ambos, precisamente, pregonan su orgullo de barrio allá donde vayan y su amor por la ciudad de Madrid, tanto que Tangana se ha rebautizado como "El Madrileño", ahí queda eso.
Ellos, que repito, en realidad puede ser la misma persona tienen pose de malotes y han sido protagonistas de alguna que otra polémica, por algo son el Tangana y el Rey del Pollo Frito. Su aspecto de no haber desayunado bien y pose chulesca son un calco por mucho que hayan pasado 40 años. Esa caidita de ojos con la boca medioabierta, perdonando la vida de quien se encuentra a su paso, son tan miméticas como exitosas ante su público.
Incluso políticamente se han postulado en posiciones parecidas, al lado izquierdo del arco ideológico, pese a que, en ocasiones, sectores de ese mismo espectro son los que más han arreciado contra ellos tildándoles de capitalistas, machistas e incluso fachas. A ellos les ha venido bien, con la polémica juegan en campo propio y se manejan como ningún otro artista, saliendo airosos y fortalecidos. Su imagen de chico malo de barriada es consustancial a la pelea y en la lucha ellos son como una especie de Robin Hood, donde, como digo, acaban protagonizando el papel de bueno.
Su afición por el boxeo y la adoración por lo castizo les hacen parecer aún más la misma persona.
Incomprendidos por sus mayores en cuanto a su música, basura para muchos que peinan canas, ambos consiguieron con ella el éxito y reconocimiento del público, innovando y apostando por trabajos valientes y atrevidos. Por eso, pese a quien le pese, Tangana es el Ramoncín del siglo XXI o viceversa, porque el rock de ahora se llama música urbana y sus miradas caídas son tan idénticas como la actitud de quien ve a través de ellas.
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