A comienzos del siglo XXI la música de baile sufrió una nueva transformación sónica y las discotecas dejaron de estar tan de moda, regresando, en cierta medida, al underground.
Los ecos bacalaeros cada vez quedaban más lejanos y el eurodance, siempre perenne, iba perdiendo fuelle. El fenómeno trance se diluyó para terminar desapareciendo de los altavoces discotequeros. Algunas salas comenzaron a pasarse al reggaeton y los sonidos electrolatinos donde se perreaba y bailaba twerking sin mesura. Otras continuaron evolucionando desde el sonido progressive, la makina y el hardtrance a otros asuntos estéticos y musicales dando paso al poligonerismo más crudo con banda sonora asentada en el bumping o poky. Muchas cerraron, era el momento de un cambio generacional y, por ende, de costumbres. La llegada del euro, Internet, el culto por la salud y la belleza y unos millennials con menor poder adquisitivo unido a la degradación y violencia que se había vivido en los últimos tiempos en las pistas de baile propició el cierre de muchos locales y la reconversión del sector.
Es en ese momento, pongamos entorno al año 2003, cuando quien les escribe se encontraba dentro de un sector que ya acumulaba años de fiesta, pero seguía siendo joven no encontraba un hueco en las pistas de baile donde se sintiese realmente cómodo. Daba la sensación de que estábamos viviendo una sesión maravillosa y nos encendieron las luces de emergencia de forma precipitada, en pleno subidón. Ni el reggaeton, ni el bumping eran fenómenos donde nos podíamos sentir en plenitud, eran escenas en las que no terminábamos de encajar del todo. Es en ese momento cuando descubro la tercera pata discotequera de la primera década de los 2000, el house.
La house music no era ni mucho menos algo nuevo, llevaba sonando desde los años 80 cuando, desde el underground de Chicago, se intentaba resistir a la ola puritana que acabó con la escena disco predecesora. El asunto se fue electrificando todavía más con la llegada del acid house e Ibiza se convirtió en el baluarte mundial de esta música. Lo que se presentaba como house a mediados de los 2000 era una especie de vuelta a sonidos más sensuales, más limpios, más bailables... e iba más allá de la música. Estábamos hartos de tanta violencia dentro y fuera de las discotecas, dejó de estar de moda el ir de malote, las prendas amplias y las miradas desafiantes. Se retomaron postulados de la primigenia disco music y hubo una ola de apertura en las discotecas. Lo guay era ser tolerante y pacífico, el público gay se mezclaba con el hetero, había más libertad sexual que en épocas anteriores y los estilismos mutaron. El aspecto desaliñado y el feísmo se desterraron y era importante el ir bien maqueado y cuidarse. Las chicas regresaron a los vestidos y faldas ceñidas, las melenas y los tacones, los chicos se olvidaron de las plataformas art y lucían camisetas ceñidas con escote, playeras Converse o Kawasaki y vaqueros de pitillo. Sus peinados eran a lo James Dean con tupe y patillas. Fue también el momento de la metrosexualidad y aceptar una estética masculina que hasta entonces se asociaba al mundo gay.
El asunto, que se desarrollaba en pequeños clubs para fanáticos de la música de baile, fue creciendo y en todas las ciudades existía un fuerte movimiento house que tenía como referencia Ibiza.
Es el momento donde se produce el reinado de las vocal house. Unas divas que se asemejaban a aquellas de los años 70 con vozarrones y gran belleza, que lideraban la fiesta feminizándola, haciéndola menos áspera, más amable y acogedora. Rebeca Brown y Nalaya Brown fueron seguramente las más famosas del momento, auténticas estrellas que giraban por todo el país llenando pequeños y grandes espacios. Juanjo Martín, Taito Tikaro o Wally López son otros nombres para tener en cuenta en esta escena donde a la figura del deejay también se le dio especial relevancia. Y es que esta nueva tendencia recuperó muchos elementos de la primigenia disco music y los integró en los 2000, por ejemplo, fue habitual programar lives de saxo y trompeta acompañando la sesión del DJ, instrumentos asociados a la cultura musical negra.
La fiebre por esta nueva house music se fue expandiendo y Bilbao, mi ciudad, no fue excepción. A mediados de los 2000 se conformó un circuito de locales en los que se podía bailar house del bueno y la apertura de varios afters asociados a esta manera de entender el clubbing. El house en Bilbao estuvo muy asociado a las matinales, tanto que había gente que se ponía el despertador bien prontito para acudir a ellas. La sala Congreso en Bilbao fue seguramente el lugar más popular y donde Gonzalo Morbid tenía establecido su cuartel general. El pequeño local se llenaba cada noche con gente bailando sin parar, disfrutando de un sonidón como pocos y un ambiente clubbing tan pegado a los postulados de la disco music como yo pocas veces he vivido. Bajo la torre Albia, en una zona céntrica pero aislada de viviendas y comercios (lo que le daba un halo de clandestinidad) se hacía cola para entrar a un garito con una apertura mental que contrastaba con lo que sucedía en los polígonos desde donde yo llegaba. Todavía no habíamos llegado a la persecución a clubs con medidas restrictivas como las de los horarios y Congreso bien podía cerrar a las 7 de la mañana o más. La gente de allí salía para seguir la fiesta a los múltiples afters que se abrían en Bilbao La Vieja o Casco Viejo, pasando antes, muchos de ellos, a comer algo en los bares frente al Ayuntamiento de Bilbao. Conjunto Vacío fue otro diminuto templo donde cada noche no cabía un alfiler para bailar a lo mejor de las cabinas nacionales e internacionales. Como residentes estuvieron dos nombres escritos en letras doradas dentro de la noche bilbaina más bailonga, Emilio y Alberto Gavilán. El cercano Balcón de la Lola y Distrito 9 fueron otros dos sitios imprescindibles para entender el house en Bilbao. Y Mikel Ebro, Patrizzia y Javier Villa fueron los deejays responsables de unas noches y mañanas mágicas en las que no nos dejaron parar de bailar con una calidad técnica, visión a la hora de entender la pista de baile y cultura musical desbordantes.
Fue un momento y un lugar, una chispa de electrónica a modo house, una vivencia que nos hizo sentir felices bailando.
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