Este verano, tras varios de ellos sin aterrizar por allí, he regresado a Ibiza y la frase que más he podido escuchar es “esto ya no es lo que era”. Y aunque en parte tienen razón los que la afirman una y otra vez, también os diré que es algo que lo llevo oyendo de manera repetida desde hace más de 20 años.
Es cierto que este año, quizás, la he oído un poco más y siempre se hace desde cierto recelo a que el éxito de la isla esté a punto de terminar, una especie de temor subyace en tal afirmación como la compulsión de quien no quiere, en el fondo, despertar del sueño. Es normal, Ibiza lleva en lo alto desde los años 60 y ningún lugar del mundo ha sido capaz de superar tal hito. Más de medio siglo siendo el destino favorito de las vacaciones veraniegas de cada vez más y más personas en un incremento que no tiene techo alguno. Medio siglo en el que Ibiza, como no podía ser de otra manera, ha cambiado, pero tampoco tanto, o al menos, tampoco tanto como nos cuentan los agoreros y nostálgicos.
Madrid, Nueva York o París, por decir tres lugares icónicos, han cambiado más que Ibiza, infinitamente más en este medio siglo. Es cierto que la isla ya no es aquel lugar rural y casi virgen de los años 50 y 60. Que ya no es hippie. Que ya no hay afters. Que ya no se baila acid en discotecas al aire libre. Pero Ibiza, junto a su inseparable Formentera atesora las playas de color turquesa más bonitas del mundo, ese olor a pinares entre los que pasear, el buen rollo de sus gentes, los atardeceres y el color rojizo de sus tierras.
Ibiza ha tenido que cambiar varias veces, como es comprensible, en los últimos 50 años, pero lo ha hecho para seguir siendo Ibiza, el destino preferido de millones de personas. Y seguramente estemos asistiendo a un nuevo cambio, especialmente en lo relativo a la propuesta discotequera. La isla blanca sigue teniendo los mejores clubs del mundo, los mejores deejays del mundo y la mejor programación. Es cierto que se ha abierto al regaetton y que cada vez se baila menos y se graba más, algo que defrauda a puristas de la electrónica y quien no lo son tanto, pero sí del hedonismo, como yo. Pero entiendo que son los nuevos tiempos y que en ellos prima lo visual y el postureo para luego poder replicar la imagen en las redes sociales. La sensación de dejarte llevar por los beats en la pista de baile compartida junto a cientos de personas desprejuiciadas muta a cientos de cámaras que obligan a dar la mejor versión de cada uno estableciendo una autocensura que provoca la dificultad a la hora de liberarse.
Hay otra cuestión que veo más peliaguda y puede acabar afectando a la esencia noctámbula ibicenca. Los superclubs están llevando a cabo una gestión de los mismos como si de cualquier otro negocio se tratara y el peligro reside en que una discoteca no es como otro cualquier negocio. La discoteca puede parecerse más a un equipo de futbol que a un centro comercial o una fábrica porque su idea inicial es compartida. Se tratan de clubs, de lugares donde el componente emocional es altísimo, lo que conlleva el “efecto navaja”, un doble filo donde existe, por un lado, un alto grado de fidelidad por parte de sus clubbers y por otro una sensibilidad alta a sentirse traicionado en sus valores. Y la sensación que me ha dado a mi es que esa idiosincrasia de club se está perdiendo a base de imponer mayores criterios mercantiles.
Entradas a 110 euros, balcones VIP a 8000 euros, combinados a 37 euros o hamburguesas a 35 por un lado mientras por otro se reducen los pasacalles, la animación de gogos en los clubs, los regalos de merchandasing.
En las entradas se prohíbe el vestuario que consideran inapropiado como camisetas con mensajes políticos o de equipos de fútbol. La seguridad de las salas no permite ningún tipo, por mínimo que sea, de conducta que se entiende inapropiada. La imagen, ante todo.
Antes, los hosteleros de la isla con bares y restaurantes recibían pases de los superclubs para repartir entre los clientes que sabían iban a dar buen ambiente, un win-win de toda la vida donde ganan pequeños empresarios, clientes y las grandes discotecas. También se han eliminado.
Y ahí puede estar el error. El de mercantilizar al máximo el espíritu clubbing, exprimir en demasía la pista de baile y acabar con la magia de una isla única.
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