Las diferentes generaciones de jóvenes siempre han tenido, a lo largo de la historia, sus propias movidas con sus distintas estéticas, bailes, músicas y comportamientos. Dichos movimientos obedecen a una conducta asociada a la edad juvenil basada en la rebeldía, la creatividad y la ruptura con lo establecido y, por regla general, son desarrollados por una minoría. Con el paso del tiempo, generalmente al cabo de unos 20 años, aparecen olas revisionistas que dignifican y provocan caer en la tentación del "yo estuve allí" a coetáneos que rechazaron en su momento el asunto quedándose en el la parte más cómoda de lo establecido.
¿ Y qué imagen identitaria y definitoria se tendrá de los jóvenes actuales dentro de dos décadas? Yo lo tengo claro, esta será la del trap. Un concepto tan laxo que no se sabe del todo qué es lo que engloba aunque seguramente necesitemos todavía de cierta perspectiva.
Siendo consciente de que no es mi movida pero llevado por mi naturaleza inquieta y curiosa decido ir a uno de los clubs más famosos del guirigay trapero de la noche capitalina y conocer de primera mano en que andan metidos los que siguen eso que llaman la "música urbana".
Poco más allá de la media noche aparezco en el número 20 de la calle Alcalá, llueve a mares en Madrid y en la puerta decenas de personas resignadas esperan haciendo una cola que parece no avanzar. Dentro se celebra, como cada viernes, Cha Cha Club. Detrás de estas fiestas están Edgar Candel Kerri, Laura Vandrall y Andrea Vandrall, que desde febrero de 2016 (cuando Cha Cha era una party privada) dieron rienda suelta a su lado más electroperrero en el antiguo cine Bogart. Por allí se dejaban caer los más cool del moderneo madrileño, transportando el mundo malasañero al otro lado de la Gran Vía.
Luego se mudaron a la cercana Alcalá 20 y dejaron de lado su clandestinidad, prometiendo, eso sí, no cambiar las reglas. Al entrar, la oscuridad inunda el local y sólo los rojos predominan en determinados momentos y lugares, como en las escaleras que llevan al baño y te hacen sentir como dentro de una bola de espejos.
Los asistentes no superan, en su inmensa mayoría, los 25 años y su estilismo es demoledor. Hay mucho de androgino, mucha herencia noventera, plataforma, chandals que se abren lateralmente pierna arriba, fosforismo, plumas de colores, leopardo y oro, mucho oro, oro hasta los dientes.
En los altavoces suena trap, reggaeton, rap, algo de electrónica y se perrea como si no hubiera un mañana.
En la pista la convivencia es total y la pose necesaria. En el mundo trap, el absolutismo del postureo también extiende su hegemonía. El vapeo es constante y el humo invade todos los rincones. El twerking exacerbado no cesa en los podiums, lo queer es parte de la fiesta y el omnipresente móvil recoge imágenes que retransmiten a través de redes lo que sucede allí dentro. Warhol en estado puro.
En esto suena C. Tangana y la discoteca se viene abajo. Se prevé una noche intensa, que Rosalía nos pille confesados. Tra, tra.
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