Aunque muchos se empeñen en despojar valor a los diferentes movimientos culturales populares que tuvieron lugar en las pistas de baile durante todo el siglo pasado, lo cierto es que supusieron verdaderos elementos de rebeldía y lucha contra regímenes totalitarios, convencionalismos liberticidas y acólitos del pensamiento único.
Uno de estos fenómenos se produjo en la Europa nazi del periodo bélico y se le conoce como el de los swing kids. Aunque hay una reciente película producida por Netflix, en nuestro país poco o nada se sabe de una juventud que se jugó el tipo por ir a bailar su música preferida. En 1939, Hitler, en su delirio autoritario, obligó a toda persona entre los 14 y 18 años a unirse a las Juventudes Hitlerianas (si eras hombre) y a la Federación de Niñas Alemanas (si eras mujer) para servir a la nación y entender y desarrollar su juventud de acuerdo a unos parámetros e ideas, las suyas, las de Hitler. Poco tiempo después, sectores de la juventud alemana de clase media y alta comenzaron a organizarse de mala manera para dar esquinazo a la represión y bailar de forma clandestina su música preferida, el swing y el jazz. La juventud swing se oponía a la Alemania del momento o lo que es lo mismo, a su policía, al Partido y su política, a la Hitlerjugend, al trabajo y al servicio militar y se oponían, o al menos eran indiferentes, a la guerra en curso. Veían los mecanismos del nacionalsocialismo como una "obligación de masas". La mayor aventura germana de todos los tiempos los dejaba indiferentes; al contrario, ellos anhelaban todo lo que no era alemán, sino inglés.
Los chicos del swing imitaban las moda británicas y estadounidenses donde se vestía con abrigos grandes, mechones de pelo largo y las chicas se maquillaban más de lo que una señorita alemana debiera. Sus bailes eran exultantes, apabullantes y por supuesto, incendiarios para un nazismo que perseguía horrorizado tales conductas. Es por ello que se endureció la legislación contra estos grupos a partir de 1941 con la llegada de, entre otras normas coercitivas, la prohibición de la entrada a bares de baile a menores de 21 años. Como suele ocurrir, estas medidas provocaron el efecto contrario, los jóvenes se radicalizaron y aparecieron nuevos fenómenos como los Piratas Edelweiss o pandillas callejeras de clase trabajadora que tomaron ciertas estéticas comunistas. Y es que más allá de la persecución, los swing kids nunca dejaron de bailar aquella "horrenda" música creada por afroamericanos y distribuida por la industria musical judía en ciudades como Hamburgo, Berlín, Praga, Viena o París. En esta última ciudad, el movimiento evolucionó y se transformó en los autodenominados Zazous, otro grupo juvenil que trajo de cabeza a las autoridades. Aunque eso ya es otra historia, que bien se merece otro artículo.
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