En un blog, como este, donde me dedico a contar y documentar lo que sucede bajo una bola de espejos, con especial interés en los márgenes de lo bienpensante, lo establecido o lo normal, es de justicia escribir hoy este artículo dedicado a Carmen de Mairena.
Carmen falleció ayer a los 87 años de edad y como ocurre en muchos casos, su figura acabó algo distorsionada para el gran público por unos mass media que modelan a personajes muy complejos, con sus luces y sus sombras, de gran riqueza artística y actitud contestataria para dejarles en su versión más básica, la que es asumible para audiencias millonarias. Todo con el fin de poder descubrir al gran público consumidor de televisión otro tipo de estrellas, esas que brillan tan alejadas de la ortodoxia. Por eso Carmen de Mairena no sólo fue la que se dejaba entrevistar por Cárdenas o viajaba de vez en cuando a Marte para protagonizar sus crónicas, gran labor la de los dos Javieres en una tele que ya no existe, ella fue mucho más.
Nació en la Barcelona de 1933 con el nombre de Miguel Brau y ya desde muy pronto le gustó el mundo del espectáculo. Con 16 años actúa como extra en varias películas y en 1959 inicia su carrera como artista de variedades, pasando por la mayor parte de locales de una Barcelona maravillosa, aquella que se consolidó como la ciudad más moderna y aperturista de España. Su noche era abierta y vibrante, llena de cabarés y en la que Brau se hizo un hueco gozando de cierta popularidad. Son tiempos donde se sube a los escenarios como cantante cupletista y comienza una relación con Pedrito Rico, sin esconderse en demasía, sin importarle el qué dirán, lo que provocó que la pareja fuese detenida por la policía en varias ocasiones y víctima de malos tratos y palizas.
En la década de los 70, haciendo, una vez más, lo que le dio la gana, comenzó su proceso de transformación física en clínicas clandestinas con todo el riesgo del mundo y nula información. Es entonces cuando cambia de registro y se dedica a realizar espectáculos de transformismo pero su público le da la espalda. El fracaso es tal que decide ejercer la prostitución en el mismo barrio donde residiría toda la vida, el Raval, barrio chino de Barcelona.
Cuando parecía que todo estaba perdido, Carmen es descubierta por Javier Cárdenas, quien la lanza de nuevo al estrellato en los años 90, esta vez a nivel nacional, en diferentes programas de televisión y una película. Su lenguaje soez, su desparpajo y la nula vergüenza le hicieron entrar en la jet set de los frikis patrios, algo que a ella no le gustaba que se lo recordaran.
A partir de los 2000, sus apariciones televisivas son intermitentes y no suficientes para subsistir economicamente. Por eso se dedica al porno en varias ocasiones y continua su actividad relacionada con la prostitución. Solidaria con todo el mundo, Carmen ayudaba a quien se lo pidiera y alquilaba las habitaciones de su casa a chicas para que pudieran hacer sus servicios, lo cual le valió para ser involucrada en una red de proxenetas.
En 2010, por si no hubiera tenido suficiente para hacer una biografía de varios tomos, se metió en política y se presentó a las elecciones catalanas como número 2 en la candidatura de la CORI, un partido de outsiders con ganas de dinamitar la política desde dentro a base de humor y sarcasmo. El partido era algo así como el CORI a la política como el El Jueves a la prensa escrita.
Hacía dos años que se encontraba en un centro para mayores, dejando atrás su piso en el Raval, compartido con putas a las que ayudaba y un drogadicto franquista, paradojas de la vida, que le sisaba lo que podía. En el contenedor de basura, junto a su portal, acabaron todos sus objetos y recuerdos.
Con Carmen nos hemos reído. Hay quien se ha reído de ella, seguramente para olvidar sus vacías y aburridas existencias. En mi caso la admiré por su valentía, por atreverse a ser diferente, por su libertad a la hora de exprimir de esa manera la vida. Seguramente por eso mismo no tuvo una vida fácil. La clave está en la no biografía (hasta en eso fue distinta) escrita y dibujada por Carlota Juncosa, concretamente en su prólogo, a cargo de Javier Pérez Andujar, donde nos advierte: "intentar vivir no es gracioso"
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