jueves, 19 de marzo de 2020

PÁSAME ESA CINTA DE CASETE


Si preguntamos a un menor de 30 años por el título de este artículo, probablemente no tenga idea alguna a qué puede estar haciendo referencia. Pero desde los años 70 y hasta bien entrados los 2000, las cintas de casete fueron un elemento esencial a la hora de escuchar música y propagar los nuevos sonidos de la música de baile. Y no me refiero a las cintas originales que se vendían en las tiendas de música, en los comercios de electrodomésticos y en el Corte Inglés junto a discos de vinilo, al principio, y CDs, de manera más tardía. Me refiero a esas cintas vírgenes que luego eran grabadas y que rulaban de una mano a otra y cuya calidad se diluía en infinitas copias de la copia de la copia. 
En una era donde Internet ni se atisbaba y los recursos para muchos eran escasos, el acceso a la música, a estar en lo último en música y que determinados sonidos adquirieran el rango de populares se dio por el ingenio, la cinta como medio y esa maravillosa tecla REC.
¿Pero qué contenido se imprimía en el formato más  masivo de los años 80 y 90? Variado. En primer lugar había copias integras de las cintas originales o de los temas que más te podían gustar. Había quién en una pandilla de amigos, entre todos compraban la cinta, el vinilo o el CD original y luego se los pasaban de uno a otro para ser copiados a cinta y poder disfrutar del producto todos. Piratería en estado primigenio. Una solución barata para escuchar música pero de nula creatividad.
Otra opción, aún más barata pero más ingeniosa era grabar los temas cuando estos sonaban en la radio. Ahí estabas tú, ávido con el dedo tembloroso en la tecla para apretarla en el momento en el que el locutor de turno terminara su pesada alocución. A veces, sabedores de lo que sucedía al otro lado, se enrollaban y dejaban acabar el hit sin hablar por encima, eso eran triunfos de adolescencia. Lo peor es cuando te sonaban los tonos de las horas y te chafaban el asunto. El hecho es que entre pedazos de grabaciones conseguías hacer casi, casi, la canción entera. O mejor aún, con trozos de diferentes temas usurpados a la FM y tus dos pletinas, los más habilidosos mezclábamos hasta conseguir mixes que triunfaban en el instituto, la uni y el barrio. Tanto que estos eran objeto, a su vez, de copia y también del deseo de la mayoría por tenerlos. Recuerdo una vez que en mis manos cayeron una serie de cintas originales de artistas que tampoco me interesaban en demasía. A las mismas les pegué un trozo de celo en el hueco superior y las hice grabables. Con acetona les elimine el texto impreso en la carcasa. Luego grabé mis mixes a base de pedazos de temas sacados de la radio y que iban encajando de mejor o peor manera intentando seguir una continuidad a modo de sesión. En la carcasa escribí mi nombre y en la caja, desprovista de su portada original, cogí un folio y pinté a mano la que a mi me molaba. Si no te gusta lo que ves "hazlo tu mismo". El resultado hizo flipar a la peña que propagó a base de grabaciones aquella sesión hasta el último confín del Gran Bilbao.
Otra opción eran las cintas de las discotecas y discobares. En un primer momento tu llegabas a tu disco favorita y si tenías cierta confianza con el DJ o algún satélite de los que conformaban la plantilla, le pasabas una cinta virgen para que te grabara la sesión in situ. Luego te ibas con ella a casa con una sonrisa de lado a lado sabiendo que tenías música para bailar durante el resto de semana. A esas TDK de mi alma, yo les ponía fecha y pintábamos su lomo con el logo de la discoteca y el nombre del deejay de turno. En un momento de efervescencia creativa en la escena dance los éxitos que sonaban en las pistas de baile y las emisoras eran tan rotundos como efímeros con lo que cada pocos meses solicitaba grabar cinta. En una escena, la de la electrónica de baile de los años 90 donde lo importante era la propia escena, el género o incluso la discoteca. Donde los parámetros e imaginario del clubbing radicaba en la democracia de la danceflloor y el dj era parte de ella, no esa figura inaccesible y alejada de la actualidad. Llevarte la sesión en una cinta era llevarte la esencia de todo aquello y un documento que bien se merecía buen recaudo y ser compartido a través de grabaciones con el resto de la militancia clubber. El hecho era que esas cintas con sesiones grabadas supusieron para la discoteca un elemento de marketing y publicidad a coste cero y enorme repercusión. Aun así, la mayor parte de los clubs fueron a más y comenzaron a venderlas para sacar réditos económicos. No recuerdo cuál fue la primera que cayó en mis manos, seguramente alguna del ACTV de los estertores ruteros valencianos. 
Con el nuevo milenio y la aparición del CD y sobre todo, Internet, el formato desapareció y esa forma de compartir música se esfumó. Perdimos en romanticismo y perdimos lo tangible del objeto a manos de la digitalización. La industria discográfica saltó definitivamente por los aires, a la piratería se le puso nombre y se persiguió. Actualmente  Soundcloud y Spotyfy son la versión on line de todo aquello aunque carente de esa cierta clandestinidad, misterio y romanticismo.


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