domingo, 7 de junio de 2020

ATTICA, LA CATEDRAL DEL BACALAO EN MADRID


En la resaca post-olímpica, cuando las autoridades del orden público habían iniciado una brutal persecución contra la Ruta del Bacalao en connivencia con el escarnio que los medios de comunicación estaban infringiendo al fenómeno, fueron numerosas las exageraciones o mentiras que se vertieron. Una de ellas, por ejemplo, fue la existencia de una ruta de discotecas entre Madrid y Valencia y otra, el éxodo masivo que cada fin de semana llevaba a cabo la juventud capitalina abandonando su ciudad para acudir a bailar al Levante. Nada más lejos de la realidad. Y es que para ese momento, Madrid tenía un circuito de salas más interesante, vanguardista y destroy que el valenciano, que comenzaba a dar síntomas de agotamiento y masificación. Para qué te ibas a recorrer cientos de kilómetros cuando tenías a tiro piedra salas como Voltereta o New World que pinchaban el mejor EBM, New Beat, acid house, techno o maquina. La Plaza de los Cubos era una referencia para los amantes de la electrónica de todo el país pero si hubo una sala que adoptó los postulados bacaladeros esa fue Attica. Ubicada en el municipio de San Fernando de Henares, dicen que se le bautizó con ese nombre haciendo referencia al motín más sanguinario en una prisión norteamericana. 
La discoteca se construyó en un chalet (que anteriormente había sido restaurante) y tenía dos salas llamadas el Cielo y el Infierno, ambos nombres tan evocadores y premonitorios como las juergas hedonistas que acogían. Abrió sus puertas a finales de 1987 y aunque en un primer momento apostó por el funky y atraer como clientela a los soldados de la cercana base de Torrejón, pronto asumió los sonidos más novedosos de la música electrónica. Y es que los desmadres que se bailaron en Attica hicieron que para 1990 su pista de baile se convirtiera en centro de peregrinación de clubbers de todo los lugares y su leyenda comenzará a forjarse bajo el sobrenombre de "La Catedral del Bakalao". Las noches no eran suficientes para acaparar tantas ansias de fiesta y libertad, así que las sesiones se fueron alargando hasta bien entrado el mediodía dando cabida a una confluencia de gentes ecléctica hasta la extenuación. La militancia de las distintas tribus urbanas que se daban de tortas durante la noche acababan sus fiestas en armonía en el que fue uno de los primeros after hours de Madrid, al menos el primero de tales dimensiones. El espíritu destroy valenciano impregnaba aquellas fiestas sin fin, magistralmente dirigidas desde la cabina por DJs de la talla de David El Niño, Varela, Abel Ramos o DJ Pepo. 
Las drogas fueron parte esencial de un ambiente, especialmente en la sala Infierno, único y diferente. Sentías la presión del beat, la indulgencia de la electrónica más contundente y los clubbers más nihilistas. Todo allí era exhacerbado y sustancias como el éxtasis y el speed contribuyeron a un ambiente que ya en la cola para entrar te llegaba a inquietar, como el que espera montar en una montaña rusa. 
En su terraza el ambiente se relajaba y el ritmo bajaba por momentos mientras los aviones que aterrizaban en Barajas sobrevolaban a los integrantes de la mayor de las jaranas. Por desgracia el asunto comenzó a devaluarse y perder esencia. La música se aceleró y las voces infantiloides fueron ganando terreno en los altavoces. Las peleas y reyertas también comenzaron a ser frecuentes en un público que iba perdiendo diversidad en detrimento de mascachapas y garrulos. No obstante, el lugar mantenía cierta idiosincrasia original y veneración de irreductibles acólitos. Hasta que en 1994, la fiesta finalizó. Attica es precintada por la policía ya que el chalet se encontraba edificado en una zona no urbanizable, siendo la construcción ilegal.
Ya no había lugar a la fiesta. ¿O sí? En junio de 1995 los dueños de Attica convocan a los fiesteros a una rave ilegal donde congregaron a más de 2000 personas que bailaron hasta más allá de las 15:00 del domingo. "Attica por un día" rezaban los flyers. La policía dio varios avisos para que acabara la fiesta con la insumisión como respuesta. En agosto de ese mismo año se celebró la última fiesta ilegal. En 2018, más de 20 años después de su orden de derrumbe, las excavadoras acabaron con aquel chalet, restaurante de carretera reconvertido a la meca del underground y la música de vanguardia durante casi una década.