viernes, 24 de enero de 2020

LA LEYENDA DEL CBGB



Si la música disco tuvo su templo en el Studio 54 de Nueva York, el reverso sónico setentero encarnado en el punk tuvo su club fetiche no muy lejos de allí, en el CBGB. Ubicado en el 315 de Bowery y fundado por Hilly Kristal en 1973, su nombre completo era CBGB & OMFUG, es decir "Country Bluegrass Blues and Other Music For Uplifting Gormandizers". Las cuatro primeras letras hacían referencia a los géneros que pretendían escucharse allí y la segunda parte viene a ser algo así como otra música para animar a devoradores. 
Al poco tiempo de abrir, aparecieron por el local dos jóvenes que preguntaron a Hilly si podrían tocar allí con su banda. El dueño aceptó y  otorgó la residencia de los domingos a Television, el rock comenzaba a escribir un nuevo y glorioso capítulo. Los grupos rockeros más vanguardistas de la ciudad hicieron del CBGB su cuartel general y por su pequeño escenario empezaron a pasar grandes del punk como Ramones, Blondie, Patti Smhit, Suicide, Talking Heads... en un esperpento fielmente retratado por fotógrafos como David Godlis o Roberta Bayley.
La guerra punk entre Londres y Nueva York no llegó al CBGB, donde se acogió a todo el mundo que tuviera que gritar algo. Se acabó el aburrido y pomposo rock sinfónico, había rabia y ganas de acelerar el asunto. Los temas ahora iban a  ser cortos, no había tiempo, no había futuro y sí mucho aquello del "hazlo tu mismo". Finalmente, nunca se instauró el blues, ni cualquier cierto sonido negro, ya sea disco, funk, jazz, house.. 
La historia del CBGB se prolongó hasta el año 2006. Hay quien se atreve a decir que por aquel pequeño, oscuro y mugriento garito pasaron más de 50.000 bandas y en lo que todos coinciden es en afirmar que el club escribió una página dorada de la música y los templos del buen vivir.

domingo, 19 de enero de 2020

EL 8 DE FEBRERO LA GENTE DÍSCOLA VUELVE A BAILAR


Último tardeo party de Díscolo Club

La tercera edición de los tardeos que Díscolo Club organiza en Bilbao ya está en marcha. El 8 de febrero se ha convocado, a través de las redes sociales de dicho club, a todas aquellas personas con ganas de bailar en una fiesta donde la música y el cabaret son partes fundamentales. Una vez más se ha elegido el Key para celebrar la party más loca y divertida a orillas del Nervión porque el legendario local regentado por el incombustible Asier Bilbao entronca con la imaginería y filosofía del club basada en la exclusividad desde la diversidad, tal y como sucedía en las fiestas de la primigenia escena disco del Nueva York de los años 70. Por eso, para asegurarte acceder al local es necesario tener uno de los cotizados pases VIP o solicitar pertenecer a la lista de invitados a través de un mensaje privado en las cuentas de Facebook e Instagram de Díscolo Club.
Además, si quieres ser una de esas personas que bailen el día 8 es necesario acudir con una actitud divertida y desprejuiciada. El evento cuenta también con un punto reivindicativo donde se intenta buscar espacios de comunicación e interacción abiertos, libres y reales, alejados de convencionalismos y postureos limitantes, donde cada uno y cada una se vista, baile y se divierta como quiera y con quien quiera.
En breve se desvelará el nombre de la estrella invitada que participará en esta edición y algunas de las sorpresas que van a suceder, de momento el club sigue haciendo acopio de petas zetas.
¡Seamos díscoles!



jueves, 16 de enero de 2020

DEUSTO, EL BARRIO DE LA MARCHA


El Garden, la noche antes de su cierre. Foto: el Correo

Si en el siglo XX hubo en Bilbao un barrio con mucha marcha  ese fue Deusto, al menos en lo que se refiere a las últimas tres décadas. Antes, San Francisco y su archiconocida calle Cortes repleta de bares y cabarets ostentaba semejante título pero con la llegada de la heroína y el exponencial aumento de la criminalidad en la zona, los noctámbulos comenzaron a buscar nuevas zonas de ocio nocturno. 
Lo que hasta entonces era una ladera de monte lleno de huertas y vida rural se urbanizó y se convirtió en una de las zonas más bulliciosas de la ciudad, por el día, y por la noche. Cafeterías, restaurantes, tiendas, bares, cines...la calle Lehendakari Aguirre no tenía nada que envidiar a la Gran Vía y el boom mundial de las discotecas explotó allí como en pocos lugares. 
Holiday, Garden y Tiffanys abrieron entre finales de los años 60 y principios de los 70 para convertirse en vértices de un triángulo marchoso y noctámbulo cuya fama traspasó fronteras. Eran conocidas en todo el país y parte del extranjero. No era para menos, se trataban de salas de fiesta enormes, modernas y con una decoración acorde a la época y cuidada hasta el último detalle. Por sus escenarios pasaron los mejores, los artistas más populares del momento dieron brillo a neones integrados en la memoria colectiva de miles de vizcaínos y foráneos. Lola Flores, Raffaella Carrá, Julio Iglesias, Tom Jones, Ricki Martín y un largo etcétera de estrellas hicieron bailar a, por lo menos, tres generaciones de discotequeros. 
Junto a estas salas que mantuvieron lustre y poderío hasta entrado bien el nuevo siglo había dos zonas de marcha ubicadas en el mismo barrio. Luzarra por un lado, repleta de bares de corte rock y punk y las Galerías de Deusto por otro, una pequeña zona cubierta llena de pubs con una oferta tendente a la electrónica. Y por si todo esto fuera poco, La Jaula, en el cercano barrio de San Ignacio, y Chentes hicieron de la noche de Deusto interminable, en sentido literal. Y es que los horarios se fueron alargando hasta que en los años 90 el cierre de las grandes discotecas se producía a las 7 u 8 de la mañana, cuando, en plena ola bakaladera, el personal no estaba dispuesto a irse a casa. De ahí que varios locales se reconvirtieran en afters, como el Vivaldi, y así las noches se encadenaban haciendo más atractivo el asunto y más grande el desmadre. 
Con la llegada del nuevo milenio,las protestas vecinales, la persecución policial y el cambio de costumbres fueron sumiendo a la noche deustoarra en una decadencia provocada por una fiesta que ya duraba más de treinta años y cuyo ambiente se enrarecía por momentos. Los síntomas de agotamiento eran evidentes pero este partido tenía prorroga y el público latino llegó a Deusto para llenar las pistas de baile. En sus altavoces comenzó a sonar bachatta, cumbia y reggaeton, La Jaula fue el Chic y luego Privee y Chentes pasó a llamarse Fania. Con la crisis económica de 2008 y el aumento de la delincuencia asociada a la fiesta con dos asesinatos de enorme impacto para la sociedad bilbaina, la noche de Deusto terminó por hundirse y sus neones se apagaron del todo y para siempre, los neones de una historia que es parte de la historia de Bilbao. 


Foto:el Correo

domingo, 12 de enero de 2020

LA REBELDÍA DE LOS SWING KIDS


Aunque muchos se empeñen en despojar valor a los diferentes movimientos culturales populares que tuvieron lugar en las pistas de baile durante todo el siglo pasado, lo cierto es que supusieron verdaderos elementos de rebeldía y lucha contra regímenes totalitarios, convencionalismos liberticidas y acólitos del pensamiento único. 
Uno de estos fenómenos se produjo en la Europa nazi del periodo bélico y se le conoce como el de los swing kids. Aunque hay una reciente película producida por Netflix, en nuestro país poco o nada se sabe de una juventud que se jugó el tipo por ir a bailar su música preferida. En 1939, Hitler, en su delirio autoritario, obligó a toda persona entre los 14 y 18 años a unirse a las Juventudes Hitlerianas (si eras hombre) y a la Federación de Niñas Alemanas (si eras mujer) para servir a la nación y entender y desarrollar su juventud de acuerdo a unos parámetros e ideas, las suyas, las de Hitler. Poco tiempo después, sectores de la juventud alemana de clase media y alta comenzaron a organizarse de mala manera para dar esquinazo a la represión y bailar de forma clandestina su música preferida, el swing y el jazz. La juventud swing se oponía a la Alemania del momento o lo que es lo mismo, a su policía, al Partido y su política, a la Hitlerjugend, al trabajo y al servicio militar y se oponían, o al menos eran indiferentes, a la guerra en curso. Veían los mecanismos del nacionalsocialismo como una "obligación de masas". La mayor aventura germana de todos los tiempos los dejaba indiferentes; al contrario, ellos anhelaban todo lo que no era alemán, sino inglés. 
Los chicos del swing imitaban las moda británicas y estadounidenses donde se vestía con abrigos grandes, mechones de pelo largo y las chicas se maquillaban más de lo que una señorita alemana debiera. Sus bailes eran exultantes, apabullantes y por supuesto, incendiarios para un nazismo que perseguía horrorizado tales conductas. Es por ello que se endureció la legislación contra estos grupos a partir de 1941 con la llegada de, entre otras normas coercitivas, la prohibición de la entrada a bares de baile a menores de 21 años. Como suele ocurrir, estas medidas provocaron el efecto contrario, los jóvenes se radicalizaron y aparecieron nuevos fenómenos como los Piratas Edelweiss o pandillas callejeras de clase trabajadora que tomaron ciertas estéticas comunistas. Y es que más allá de la persecución, los swing kids nunca dejaron de bailar aquella "horrenda" música creada por afroamericanos y distribuida por la industria musical judía en ciudades como Hamburgo, Berlín, Praga, Viena o París. En esta última ciudad, el movimiento evolucionó y se transformó en los autodenominados Zazous, otro grupo juvenil que trajo de cabeza a las autoridades. Aunque eso ya es otra historia, que bien se merece otro artículo.