martes, 25 de octubre de 2022

LEBLOND CUMPLE 10 AÑOS


Hoy es un día muy especial para el electropop español porque el grupo leblond cumple 10 años. Es cierto que el proyecto ideado por el gran Richard Maltés no aparece en las grandes radiofórmulas pero desde cuándo es eso importante para rendirnos ante un artista. 
Hoy estamos de celebración porque una década haciendo bailar a tanta y tan diversa gente es un mérito al alcance de muy pocos pero hacerlo desde una propuesta personal, diferente y ajena a encorsetamientos, todavía más. Y es que en este tiempo leblond ha tenido diferentes formaciones y estilos, más allá de ese electropop con el que tanto le identificamos. Las épocas tampoco son obstáculo para crear canciones con reminiscencias a diferentes décadas y momentos ¡mezclemos 80s, 90s, 2000s o lo que sea! Y es que su hiperactividad creativa es, seguramente, la característica que más me fascina y que hace de sus actuaciones, siendo cada una diferente, algo único en las que se cuida el vestuario y el repertorio. Publican discos en físico porque entienden el pop dentro de su concepto más auténtico donde el formato se consolida como parte consustancial a la obra, no limitándose únicamente a la producción musical. Y sí, es por ello que se niegan a no dejar de desarrollar otros elementos artísticos como el videoclip. Te invito a que pases por su canal de Youtube y no dejes de sorprenderte con su larga lista porque eso también es arte.
Leblond canta a temas universales como al amor y a las relaciones humanas pero no se achanta ante otras cuestiones de calado social y desde el baile reivindican y critican todo aquello que les parece conveniente y en lo que yo también tanto coincido.
Y es que 10 años dan para mucho y en el caso de leBlond para mucho, mucho más. Coge aire porque vamos con algunos de sus números: 11 discos, 1 EP, 400 conciertos, actuaciones en toda España y en otros países como China, apariciones en multitud de televisiones, radios, prensa, webs y blogs. 
Pero si algo me gusta de leBlond es que rezuma autenticidad, ¡qué difícil de encontrar en un mundo tan subyugado al marketing y lo superficial! Y rebosa pasión y dedicación, la de un chico que no ceja en  perseguir su sueño, ese en el que busca crear un grupo de música para actuar por los escenarios de aquí y de allá, creando comunidad con sus seguidores y formando a día de hoy un dúo con Javi "Descongelado" que acabó trascendido la música para ser compañeros de vida y haciendo de leBlond el título perfecto para una canción electropop de amor.

Zorionak!!

Hace muchos años, casi al principio.

domingo, 23 de octubre de 2022

LA MODA NOVENTERA DE "IR DE MALOTE"

Escuchando el otro día una charla entre DJ Nano e Iñaki Domínguez en la que hablaban, entre otras cosas, del macarrismo que se desarrollaba hace 30 años, se me vino a la memoria una serie de recuerdos asociados a una tendencia que hacía furor entre los adolescentes y jóvenes de la época. Y es que en la década de los años 90, especialmente en su segunda mitad, se instaló entre la juventud española la moda de "ir de malote". Algo que para muchos era simple "postureo" pero para otros tantos llegó a considerarse una manera de desenvolverse por la vida y que conllevó una ola de violencia entre los chavales que acudían a discotecas, parques, pubs o campos de fútbol para partirse la cara entre bandas o grupos rivales. Y si en los 80 lo "in" era el buenrollismo y la apertura de miras, en los 90 regresó el afán  por el macarrismo y la brutalidad. Algo que seguramente nunca dejó de existir en los barrios más duros de las periferias de las grandes ciudades pero que se retomó con fuerza en otros sectores más acomodados del universo urbano.

El macarrismo volvía a estar en boga y los pandilleros de barriada dejaron la estética quinqui que lucieron referentes de antaño como "El Lute", "El Torete" o "El Vaquilla" para adoptar postulados estéticos ajenos, apropiándose de elementos icónicos de tribus urbanas como los skinheads, los pijos y los bacalaeros. De hecho, hubo momentos concretos donde era imposible saber si estábamos ante un miembro genuino o un advenedizo garrulo con ganas de bronca.

Así el bacalao se convirtió en maquina o mero "chumba chumba", sus bombos eran cada vez más sonoros y la velocidad del beat más endiablada. Las pastillas, la coca y el speed aceleraban las noches y ponían los nervios en punta a unos discotequeros de mandíbula desencajada incapaces de reprimir gestos repetitivos bajo la luz del estrobo.

Era la banda sonora de unas discotecas cuyas pistas y puertas fueron campo de batalla de una violencia gratuita entre jóvenes incapaces de encauzar su frustración por otros caminos. La desindustrialización, la crisis del 93, un paro desbocado y los escándalos de la izquierda despertaban a una juventud que no veía salida. Interesante, como decía, es la apropiación de determinadas vestimentas ajenas al macarrismo íbero tradicional. Era curioso ver adoptar como suyos simbología ajena como chamarras bomber o alpha, botas martens y cabezas rapadas al cero. Más curioso era todavía encontrar bacalas malotes de barrios humildes con elementos tan icónicos del pijerío madrileño como el plumas Pedro Gómez, las camisas Chevignon o el coche Golf. 

Asociado a estas bandas de malotes siempre iba asociado el ejercicio de la delincuencia en mayor o menor grado llevando a cabo delitos como robos, menudeo de sustancias, desacato a la autoridad, amenazas, intimidación y, sobre todo, violencia física. El estatus y respeto de un grupo a ojos del resto venía dado por sus pocos escrúpulos a la hora de dar palizas que, en ocasiones, terminaban en muertes.

Recuerdo que a los integrantes de estas pandillas les llamábamos mafiosos y que el modus operandi la mafia podía ser ejecutado de una manera más o menos intensa. Todo con el fin de escalar en la gradación de la banda en una jerarquía conocida perfectamente en determinados ambientes donde no hacía falta las redes sociales para enterarte de quien manejaba el cotarro.

Foto con los plumas Pedro Gómez sacada del periódico El Mundo.

domingo, 16 de octubre de 2022

VUELVEN LOS 2000

 


Hay una norma no escrita pero que se repite una y otra vez a lo largo del tiempo y que tiene como base la propia redundancia. Es en concreto la ola revisionista reconfigurada en remember que sucede en cada década con respecto a lo acontecido musical, cultural y socialmente veinte o veinticinco años antes. Así en los años 80 se  se recupero gran parte de la cultura pop de los 60, en los 90 la cultura disco de los 70, en los 2000 revivimos la movida de los 80 y en lo 2010 no paramos de bailar bacalao. Este mismo blog es producto de semejante fenómeno, cierto es que comencé de manera precoz a reivindicar la Ruta del Bacalao, tan asociada a los 90, cuando en realidad su enjundia se ubica en la década predecesora.

Y ahora, cuando todavía seguimos viendo pantalones de pitillo y saltando con Chimo Bayo, los más inquietos comienzan a revisitar los primeros años 2000. Ese momento en el que el mundo analógico daba sus últimas bocanadas, entre finales de los 90 y primeros de los 2000, justo antes de ser barridos por el tsunami digital de las redes sociales y los smartphones. Y así comienzan a aparecer festivales de "I Love 2000" o los que encumbran al reggaeton viejo como el mejor sonido de la historia.

Y es que los jóvenes de ahora idealizan lo que nunca vivieron intentando recuperarlo para encrustrarlo en el presente mientras los que comienzan a alcanzar cierta vejez sienten nostalgia e intentan revivir lo que nunca volverá a repetirse.

La generación Z se pirra ahora por vestirse al estilo Y2K (Year2X1000), esa que recupera los pantalones de campana de tiro bajo, las plataformas y los accesorios coloristas. Es hora de sacar la ropa del armario y recuperar las cantaditas dance, el progressive y el primer reggaeton. Papi chulo, dame más gasolina, nostalgia como negocio, esa es nuestra cocaína.


viernes, 7 de octubre de 2022

LA FAMILIA CLUBBING DE LOS ARNAU

 


En todos los ámbitos y profesiones existen familias que a lo largo de varias generaciones han sido líderes en su sector y referentes para aquellas personas con las que coinciden en cuanto a dedicación. Pero en un mundo cada vez más volátil y competitivo resulta difícil encontrar sagas que se mantengan en la brecha con el mismo ímpetu que hicieron sus abuelos y mucho más complicado que lo hagan surfeando en la cresta de la ola. En España la vida media de las empresas no superan los 12 años, por eso la familia Arnau, de la que hoy os escribo, debería tener una estatua en su nombre.

Y es que si nos centramos en el mundo del clubbing, los Arnau representan la saga con mayor éxito desde décadas atrás, cimentado en un trabajo continuo y arriesgando por ser pioneros en un sector tan cambiante como el del entretenimiento.

A los más jóvenes lectores, les guste o no el mundo de las discotecas, como mínimo les sonara la fiesta Row, en las que más de uno y de dos habrá salido lleno de confeti de alguno de sus excesivos eventos. Row es una de las marcas más populares y seguidas de la escena clubbing, detrás de ella se encuentra la familia Arnau y su origen en esto del show se remonta décadas atrás, muchas décadas. Concretamente nos tendríamos que remontar a los años 70 del siglo XIX cuando los Arnau dirigían cabarets y cafeterías hasta que ya en el siglo XX abrieron un cine en Fraga donde rivalizaban con la familia propietaria del otro cine. El amor, que todo lo puede, hizo que el abuelo y la abuela de Juan Arnau, actual cabeza visible del EL Row, se enamorarán y los cines Florida y Victoria se unieran en una única empresa.

Tras la guerra civil, abrieron una de las primeras salas de baile del país en la misma localidad de Fraga, la llamada Florida, que se fue adaptando a los nuevos tiempos pasando a ser discoteca pero no una cualquiera,  una de las más legendarias. En los 90, Juan Arnau padre abrazó la electrónica y se dedicó a recorrer media Europa en busca de ideas y música, la más vanguardista del momento, para que la pincharán en su local los mejores discjockeys del planeta. Así, el fenómeno de Florida 135 se hizo cada vez mayor, atrayendo a miles de jóvenes que peregrinaban desde muy lejos para disfrutar de su original pista de baile, imbuida en la decoración que imitaba estar en la mitad de una plaza. Lanzados en la aventura de la electrónica crean Monegros Festival, otro hito en la historia de la música en España. 

Después la familia se trasladó a Barcelona y allí abrieron El Row en la calle Rosellón, una sala que termina por cerrar por cuestiones ajenas a su voluntad. Una vez más, no se rinden, y buscan un nuevo emplazamiento, esta vez junto al aeropuerto, allá por 2008. Se trataba de una antigua granja que anteriormente había sido restaurante y en la que la familia Arnau hizo una espectacular remodelación que casi les deja en la bancarrota. Y es que el comienzo de esta nueva andadura no terminaba por atraer al público que debía de desplazarse a 14 kilómetros del centro de la ciudad. El tesón de la familia hizo repensar su oferta, Juan y Cruz Arnau idearon un nuevo concepto y ofrecieron una sesión dominical donde teniendo muy presente la figura del DJ, este no fuera el centro de la fiesta. Se trataba de devolver el protagonismo a los clientes, a los clubbers que acudirían. El asunto poco a poco fue creciendo y EL Row se convirtió en el gran revulsivo de la escena clubbing. 

En los últimos 10 años El Row se ha transformado en una marca internacional, propulsada por su irrupción en la escena ibicenca, logrando organizar sus fiestas en decenas de países con enorme éxito. Y es que sus eventos son cada vez más apoteósicos, más sorprendentes y excesivos. La "experiencia Row" te imbuye y logra una simbiosis en la que el espectador es un actor más de la fiesta. Hoy Juan y Cruz son los responsables de esta expansión que se inició en un pueblecito de Huesca y tantos buenos ratos nos ha dado. Por eso mi reconocimiento a la familia Arnau y para ellos todo el confeti del mundo.


                                                      Cruz y Juan Arnau. Fuente: Heraldo de Aragón