Este sábado, tras un breve parón en su actividad cabaretil, Yogurinha Borova regresaba a los escenarios noctámbulos y que mejor excusa podía yo tener para desperezarme y acudir a uno de mis lugares favoritos del mundo mundial, el pub Key.
Escondido en una calle trasera del Ayuntamiento de la capital vizcaína, el bar regentado por el incombustible Asier Bilbao, fue el lugar donde disfrutar, una noche más, inmersos en el contrapunto a tanta normalidad, a la excesiva uniformidad y el abrumante aburrimiento. En un mundo con la piel cada vez más fina y la corrección política como bandera autoritaria, el pequeño bar de la calle Cristo continua fiel a su militancia espartana y cada fin de semana pone en valor sus principios, esos que provienen de la lentejuela y plataforma, floreciendo como un oasis de libertad y generando una bocanada de diversión sin prejuicios.
El público, siempre libre y respetuoso, se conformaba de un pupurrí variopinto donde la diversidad era tal que sientes estar en lo que yo entiendo que debe ser una gran ciudad, ¡cuánto debe Bilbao a este garito! Y es que en un momento dado hasta me pareció ver por allí a una joven Grace Jones de pelo rubio.
En el escenario, el maestro de ceremonias de semejante circo volvió a firmar un show que podría dejar como "el chico de los recados" al mismísimo Juan Dávila. Un show donde no dudó en mover la cola al ritmo de “El Colorines” (referencias, querida), un show donde Yogurinha reivindicó la pluma y lo distinto, un show donde cantamos al unísono “A quién le importa lo que yo haga” y bailamos, sí, una vez más, la coreografía de la gran Rafaella Carrá, Felicità, tà, tà. Esa felicidad que nos transmitís con tanto arte y que sólo vosotros dos sois capaces de hacer de semejante manera.
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