domingo, 17 de noviembre de 2024

LOS LOGOS DISCOTEQUEROS COMO ARTE POP

Las discotecas, al menos en los años 80 y 90, fueron mucho más allá que un lugar de encuentro. Se trataba de verdaderos clubs donde sus asiduos generaban un sentimiento de pertenencia y colectividad que nada tenían que envidiar a los clubs más influyentes de este país, los de fútbol. Asociado a este sentimiento había una simbología general en la cultura de club y una particular para cada una de las salas. En una época en la que Internet era ciencia-ficción, los flyers, los carteles promocionales, o los rótulos fueron medios de difusión y diferenciación de una identidad propia para cada discoteca con el fin de hacer de su propuesta algo distinto a las del resto.  

El colorama, el lenguaje visual, la grafía eran otros elementos utilizados en un protomarketing que más tenía de romanticismo que de mercadotecnia.  

Dentro de toda estética existió una pieza clave para muchos clubs, el logo. Y es que, si para los fans de un equipo de fútbol, el escudo es aquello que llevan junto al corazón, a los seguidores acérrimos de un determinado garito les pasaba lo mismo con el logo de su discoteca preferida, con el que sentían algo emocionalmente indescriptible y les hacía partícipes de una membresía con carácter sentimental. Por eso muchos jóvenes sintieron una pertenencia y veneración similar a la que los patriotas y religiosos experimentan con sus países y confesiones. Los emblemas discotequeros se plasmaron en camisetas, abanicos, libros, cintas, discos y pegatinas. Este último formato se consolidó como el más importante a la hora de difundir el mensaje clubber y llegar los sitios más recónditos del planeta. Pegatinas en los bancos, en los baños de los antros, en la puerta del instituto y en los coches. Llevando el distintivo contigo carretera arriba, camino abajo. 

¿Pero cuáles son los logos que más nos han marcado? Vamos con una selección: 

De los primeros en esto de crear una idiosincrasia para el club de manera más o menos consciente se puede decir que fueron las salas de la Ruta Destroy valenciana. Chocolate, Barraca, Espiral, Puzzle... todas tenían una serie de imágenes que inmediatamente identificabas con ellas. Pero había dos en concreto que lo hicieron rematadamente bien. Una era Spook Factory y su murciélago que resultó ser casi tan conocido como el que Batman lleva en su pecho. La otra, ACTV. En los 90 aquellas cuatro letras estaban presentes en cualquier parking discotequero pegada en los coches y motos de bacalaeros empedernidos. Esa cara entre futurista y cubista te la encontrabas en las cercanías de cualquier sala a mediados de los 90. 

Otro logo presente en la escena bacalaera de los años 90 y 2000 fue el de la discoteca Central Rock de Almoradí. En ella las guitarras mutaron a beats contundentes que pegaban fuerte en una sica machacona y frenética que curiosamente seguía siendo identificada por un rockero saltando encima de la palabra Central con la característica grafía en color negro. 

La Central Rock podía llevar a confusión para neófitos en la materia bacala pensando que hacía referencia a la Central del Sonido ubicada en Igualada, o sea, a Scorpia. Pero el nombre de esta última siempre iba impreso en letras amarillas y su logo era esa cara, con ciertas reminiscencias activeras, entroncada con la imaginería radioactiva de corte postindustrial y de futurismo apocalíptico. Las salas catalanas, influidas por el previo circuito destroy valenciano, también adoptaron logos que han permanecido en el tiempo, seguramente el de Pont Aeri sea el más recordado, pero Psicódromo, Chasis o XQué también eran pistas de baile orgullosas de su simbología. 



Nos quedamos en el Mediterráneo y nos vamos a Ibiza para recordar el logo por excelencia, las dos cerezas del Pachá. Un logo que simboliza una marca a la que hace única, seguramente la más importante en la historia del ocio nocturno a nivel mundial. Pero hay quien no sabe que el primer logo de Pachá, cuando nació en Sitges, era un ojo en blanco y negro, dicen que el de Carmen Sevilla. 


Por último, vamos a por otro logo, no tan internacional, pero intrínseco en nuestra cultura pop como pocos. Estoy refiriéndome al de Penélope. Esa bella chica de larga melena y sombrero ladeado que lleva con nosotros desde el ya lejano 1968. Penélope es el nombre la discoteca que se abrió aquel año en Benidorm. A partir de entonces Penélope abrió sucursales en diferentes ciudades y su pegatina, según el diario El País, ha sido la más vendida después de la del Toro de Osborne. Otro símbolo que traspasó su naturaleza publicista para convertirse en una obra de arte pop. Warhol no lo dudaría. Son logos, son pop art y debemos reivindicarlos. 


 

domingo, 10 de noviembre de 2024

LA MARCHOSA BILBAINA CALLE BUENOS AIRES EN LOS 90

 

Toca regresar al Bilbao de los años 90 y principios de los 2000, a su vida noctámbula y marchosa. En ella recuerdo el puente de El Arenal de madrugada lleno de personas que dejaban atrás el Casco Viejo, en especial a la jaranera Barrenkale, para continuar la fiesta al otro lado de la ría en diferentes garitos de Abando y muy en particular en otra legendaria calle bulliciosa, Mazarredo, que junto a sus adyacentes, eran el lugar de moda por entonces. Me flipaba comprobar, desde esa tierna juventud, como determinadas zonas céntricas de la ciudad aglutinaban tanta o más gente por la noche que a plena luz del día. Lugares que bullían por mucho que el sol se hubiera ya escondido hacía un buen número de horas. Un Bilbao vital y bailongo que estaba repleto de locales, atestados de gente con variedad de propuestas y estilos musicales. 

Y una de las zonas que más ambiente tenía es la que resultaba quedar vertebrada por la calle Buenos Aires. Entorno a esta vía se ubicaban varios locales muy divertidos que servían como transición del circuito del Casco Viejo y Bilbao La Vieja al de la mencionada zona de Mazarredo y el muelle Uribitarte. Una especie de frontera donde había público de todas las edades, especialmente más adulto y una oferta noctámbula para que no decayera la noche. 

Al principio de la calle, en la que por aquel entonces era la Plaza España (hoy plaza Circular) estaba el legendario Café La Granja. Un precioso y enorme café de principios de siglo XX que emulaba a los del París de la época y en el que, durante la noche, al menos las de los viernes y sábados, se llenaba de gente variopinta con ganas de bailar y tomar una copa rica. Recuerdo que el público más joven se ubicaba en la zona de la entrada pequeña que daba a la calle Ledesma. Desde allí podíamos ver a Miguel Ángel Monedero, integrante de la star system bilbaina, pinchar temazos  comerciales y hits de todos los tiempos. Paralela a Ledesma está la calle Colón de Larreategui y en ella un pub donde era necesario dejarse caer cada noche, el Magic. Se convirtió en lugar indispensable para un público más adulto y también en uno de los sitios donde más fácil siempre resultó ligar. Que decir eso en el Bilbao de los 90 era mucho decir.  

De allí y tomando, como referencia la calle Buenos Aires, se continuaba bajando hacia otros garitos con esencia más discotequera. El Q&DO era uno de ellos y pronto se convirtió en el local de moda de la noche bilbaina, hablamos de los años 1998-2001 aproximadamente. Dos barras, una decoración moderna para la época, una zona más chill-out y un pequeño balcón elevado, mi zona favorita, junto a la cabina del deejay donde se podía ver todo y de todo. Musicón dance, copazos preparados y buen ambiente en la que ha sido una de mis discotecas preferidas. El garito cerraba sobre las 6:00 de la mañana, pero no servía de excusa para la retirada, al revés, era momento de continuar cruzando la calle Buenos Aires al Crystal. Una pequeña discoteca de dos pisos regentada por el gran Serafín, transformista muy popular en Bilbao, que durante el viernes y sábado a la noche de finales de los 90 y principios de los 2000 se echó en brazos del dance e incluso la máquina. En sus ventanales con vistas al Ayuntamiento te podías sentar para ver el amanecer, momento en el que los camareros cerraban los cortinones rojos para no dejarnos embaucar por Lorenzo y pensar que todavía la noche se prolongaba en el exterior. 

Y si las 8:00 de la mañana, cuando solían chapar, no era suficientemente tarde para regresar a casa, como me podía suceder, Bilbao te daba todas las oportunidades del mundo para no acabar la fiesta y lo mejor es que, además, estaban justo al lado. Detrás del Crystal, en la calle Ripa, había un pequeño local que funcionaba como after, de nombre, el Comics. Hubo un tiempo, cuando el Ayuntamiento comenzó a restringir la jarana, que obligaron a parar la música a los locales durante una hora y el subterfugio que encontraron los garitos fue encender la tele y poner canales musicales tipo MTV a todo volumen. Desde luego aquello no se oía casi entre la multitud, pero daba igual, había ganas de seguir y mientras te tomabas otro cubata más permanecías de charleta hasta que de nuevo el musicón sonaba como era menester. Del Comics siempre recordaré lo oscuro que era, no se veía prácticamente nada y en una de las zonas del local el techo era muy bajo, tanto que los coscorrones eran inevitables si andabas despistado. 

Y para acabar la tourné nostálgica por la zona, del Comic se podía subir un poquito hacia arriba y pasando junto a los cines Capitol y la tienda de discos Power Records (referentes culturales de la Villa) podíamos entrar a otro after. Este estaba en la calle Amistad y era entero de ladrillo. Siempre con un denso humo y unas escaleras para bajar, que siempre dan ese halo de misterio. No recuerdo el nombre pero según me cuentan se llamaba Hall y los lunes era una parada para los más gamberros. Y es que cuando salías de allí podían ser las tres o cuatro de la tarde y las grandes discotecas estaban a punto de volver abrir. Era la época de la fiesta sinfín, del baile interminable, eran los mágicos 90s.