El colorama, el lenguaje visual, la grafía eran otros elementos utilizados en un protomarketing que más tenía de romanticismo que de mercadotecnia.
Dentro de toda estética existió una pieza clave para muchos clubs, el logo. Y es que, si para los fans de un equipo de fútbol, el escudo es aquello que llevan junto al corazón, a los seguidores acérrimos de un determinado garito les pasaba lo mismo con el logo de su discoteca preferida, con el que sentían algo emocionalmente indescriptible y les hacía partícipes de una membresía con carácter sentimental. Por eso muchos jóvenes sintieron una pertenencia y veneración similar a la que los patriotas y religiosos experimentan con sus países y confesiones. Los emblemas discotequeros se plasmaron en camisetas, abanicos, libros, cintas, discos y pegatinas. Este último formato se consolidó como el más importante a la hora de difundir el mensaje clubber y llegar los sitios más recónditos del planeta. Pegatinas en los bancos, en los baños de los antros, en la puerta del instituto y en los coches. Llevando el distintivo contigo carretera arriba, camino abajo.
¿Pero cuáles son los logos que más nos han marcado? Vamos con una selección:
De los primeros en esto de crear una idiosincrasia para el club de manera más o menos consciente se puede decir que fueron las salas de la Ruta Destroy valenciana. Chocolate, Barraca, Espiral, Puzzle... todas tenían una serie de imágenes que inmediatamente identificabas con ellas. Pero había dos en concreto que lo hicieron rematadamente bien. Una era Spook Factory y su murciélago que resultó ser casi tan conocido como el que Batman lleva en su pecho. La otra, ACTV. En los 90 aquellas cuatro letras estaban presentes en cualquier parking discotequero pegada en los coches y motos de bacalaeros empedernidos. Esa cara entre futurista y cubista te la encontrabas en las cercanías de cualquier sala a mediados de los 90.
Otro logo presente en la escena bacalaera de los años 90 y 2000 fue el de la discoteca Central Rock de Almoradí. En ella las guitarras mutaron a beats contundentes que pegaban fuerte en una música machacona y frenética que curiosamente seguía siendo identificada por un rockero saltando encima de la palabra Central con la característica grafía en color negro.
La Central Rock podía llevar a confusión para neófitos en la materia bacala pensando que hacía referencia a la Central del Sonido ubicada en Igualada, o sea, a Scorpia. Pero el nombre de esta última siempre iba impreso en letras amarillas y su logo era esa cara, con ciertas reminiscencias activeras, entroncada con la imaginería radioactiva de corte postindustrial y de futurismo apocalíptico. Las salas catalanas, influidas por el previo circuito destroy valenciano, también adoptaron logos que han permanecido en el tiempo, seguramente el de Pont Aeri sea el más recordado, pero Psicódromo, Chasis o XQué también eran pistas de baile orgullosas de su simbología.
Por último, vamos a por otro logo, no tan internacional, pero intrínseco en nuestra cultura pop como pocos. Estoy refiriéndome al de Penélope. Esa bella chica de larga melena y sombrero ladeado que lleva con nosotros desde el ya lejano 1968. Penélope es el nombre la discoteca que se abrió aquel año en Benidorm. A partir de entonces Penélope abrió sucursales en diferentes ciudades y su pegatina, según el diario El País, ha sido la más vendida después de la del Toro de Osborne. Otro símbolo que traspasó su naturaleza publicista para convertirse en una obra de arte pop. Warhol no lo dudaría. Son logos, son pop art y debemos reivindicarlos.