En las últimas semanas la sociedad permanece preocupada por un aumento de la violencia juvenil, retransmitida casi al momento por redes sociales y amplificada por las televisiones generalistas. Los telediarios y periódicos abren con fotos y videos de cruentas palizas que, en ocasiones, acaban de la forma más dramática. También con cargas policiales contra botellones y fiestas al aire libre en la que las fuerzas del orden se ven desbordadas por la dura respuesta de quienes contestan a pedradas y palos.
"La juventud está perdida" "La juventud es desagradecida" o "son unos irresponsables" son lo menos malo que escuchan por parte de sus mayores nuestros jóvenes, que recriminan una actitud que se repite una y otra vez, generación tras generación por unos adultos que hace veinte, cuarenta o sesenta años eran tildados exactamente de lo mismo. El hecho es que la juventud, lo queramos o no, lleva aparejada una rebeldía intrínseca, una inquietud rupturista y un romanticismo que a mi parecer es sano para toda la sociedad. El quid de la cuestión radica en como canalizar tanta energía para que el enfado de unos no lo paguen los otros, generalmente jóvenes también con los mismos problemas o mayores que los violentos.
Hace veinte años las peleas en las discotecas eran habituales y os puedo decir que durísimas. Cascos de moto, bates o vasos eran armas con las que pandillas juveniles se enzarzaban en violentas reyertas que no eran sofocadas hasta que llegaban los antidisturbios. La droga y la música de los 90 eran otras y crearon una escena muy dura alrededor de las noches juveniles. Con el nuevo milenio la cosa cambió. Atentados como el del 11S o el 11M crearon un rechazo de plano a la violencia en general por inútil y creadora de dolor, los cambios en las costumbres y una juventud adormilada por el consumismo se unieron a nuevas músicas que invitaban al amor y no la guerra como el house y el reggaeton. Otros fenómenos como el culto al cuerpo y el rechazo a la droga se unieron para hacer las noches más benevolentes y pacíficas. Han sido años apacibles, de muy buen rollo, de escasa violencia en la noche pero las tornas parecen estar cambiando.
Una nueva generación de chavales se suman a las pistas de baile con ganas de bronca. Son una generación que ha vivido toda su vida en una crisis. Primero económica, luego social y política. Y cuando parecía que la cosa iba a mejorar, llega una pandemia que nos encierra en casa y nos coarta de derechos y libertades. El aumento de consumo de drogas y una escena más dura, con músicas y estéticas más rupturistas y extremas, presagian un cambio de péndulo que nos devuelva a momentos críticos y desagradables protagonizados por una juventud que se ve aplastada por un mundo hostil, más que el que pudieron sentir los punks, rocker o mods de los años 70 y 80. Ellos fueron los que terminaron con el paz y amor de los hippies y ahora parece que la historia se repite.
Fuente: Diario Vasco
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