Acabo de ver el documental “Alaska Revelada”, recién estrenado en la plataforma Movistar Plus, y me ha parecido un trabajo más que interesante. La reina del pop hispano, discípula de Andy Warhol y su concepto de la fama, en ningún momento tuvo problema en contar sus peripecias dentro y fuera del escenario. Aun así, o seguramente por eso, la estrella nunca resultó ser carne de paparazzi, logrando controlar los tiempos y mantener sectores de su azarosa vida, los mínimos, alejados de los focos mediáticos.
Desde su más tierna adolescencia rápidamente acaparó portadas y tertulias, alcanzando el culmen en un docu-reality de pretensiones underground que terminó haciendo furor en la parrilla catódica, logrando darle un aire fresco al panorama televisivo y dando a conocer al gran público un universo maravilloso, el Alaskismo. Precisamente, esa es la gran referencia del icono pop para gran parte de la sociedad, en especial los jóvenes. En ella se representa una pareja con gustos y modos raros, excesivos y excéntricos pero unos valores tradicionales con los que es fácil comulgar. Precisamente esa Alaska tan apta y asimilable para la mayoría nos hizo, bajo mi modo de ver, alejarnos de la esencia de una señora que yo conocí hace cuatro décadas, igual de educada y culta pero bastante más incomoda.
En aquel momento, en mitad de los 80, Alaska era la moderna por excelencia y su cresta eran tan llamativas como su discurso, el que suponía un bofetón de libertad para un país que salía de una dictadura nacional-católica pero en el que lo guay era ser disidente. Hoy pasa justamente lo contrario. Hoy lo guay es atrincherarse en un dogma y ser lo más intransigente posible con los que se ubican al otro lado de la barricada o peor aún, con el que se pasea entre ellas sin ser lo suficientemente burro como estabularse en un mismo lugar.
En estas casi cinco décadas la música de Alaska y su hermano Nacho Canut ha evolucionado de una manera lógica desde el primigenio punk al electropop actual pero su discurso prácticamente es invariable. Y es que por mucho que les pese y digan lo que digan, Alaska se mantiene firme en sus convicciones. Ahora como hace décadas sigue defendiendo los derechos LGTBI, la igualdad de la mujer, la legalización de las drogas, la defensa de los animales... Y eso es lo que ha conseguido el documental, acercarme de nuevo a esa Alaska que habla sin tapujos de todo ello, a esa artista única y diferente, a esa persona, consecuente como pocas, cuyo discurso no se atiene a pancartas, tuits y pose sino a una forma de vida que el documental ha logrado recoger de manera fehaciente. La suya. La de Alaska.