domingo, 19 de abril de 2020

SI LLEGA EL FIN DEL MUNDO, QUE NOS PILLE BAILANDO


Mañana iniciamos una nueva semana de confinamiento, sin saber ya, sinceramente, cuantas llevamos. Ayer el presidente del Gobierno nos comunicó, visiblemente nervioso y sudoroso, con una imagen que me recordó a espejos de afters a mediodía, que la cosa se alargaba dos semanas más y que la vuelta será progresiva y, desde luego, no al mundo que conocíamos antes de encerrarnos. 
Parece que el regreso a la normalidad será a una normalidad diferente, mejor haber dicho que nos espera una vuelta a la anormalidad aunque insuflar más inquietud pueda resultar contraproducente. Y me preocupo. Me preocupo porque tenemos que ser vigilantes ante quienes pueden utilizar la solidaridad y responsabilidad colectiva como instrumento de control social. Y me preocupo porque la cultura y el arte, alma de una sociedad, serán los últimos en abrir sus espacios. Los bares, los teatros, los escenarios, las pistas de baile se encuentran al final de la lista. Son tiempos donde la seguridad, ahora más que nunca, sin contestación, atenazados por el miedo, se antepone a la libertad. Son tiempos donde salir a tomar una copa, bailar en una discoteca y callejear serán cosas del pasado. De un pasado dolorosamente cercano, que nos servirá de permanente referencia para recordarnos lo que perdimos. 
La obra de Sabina, maestro de la bohemia castiza, se ha vuelto profética en estos tiempos de catastrofismo, consparanoia y desinformación. Y así, tal y como escribe en sus canciones parece que nos han robado el mes de abril, también alguno más. En total serán 60 días y 500 noches. Hoy no hay nadie detrás de la barra y cuando vuelva igual me encuentro una sucursal de un banco, eso sí, no del Hispanoamericano. Hoy las casas son oficinas y vivimos una cura de humildad. Y aunque ahora tengamos la frente marchita, nos sobran los motivos para luchar. Nuestras calles producen melancolía y sin embargo los balcones bullen a las ocho de cada día. Tenemos que componer la canción más hermosa del mundo, la de superar esta crisis en todos los confines, incluidos los más castigados, pongamos que hablo de Madrid. Y lo más importante, recuperar nuestra libertad y sus espacios para que si alguna vez llegué el fin del mundo nos pille bailando.



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