Lo ubicábamos por Abu Dabi pero resulta que este sábado se lo ha encontrado la policía en un after madrileño divirtiéndose y claro, de ahí a ser masacrado en Twitter hay un paso. Estoy hablando de Felipe Juan Froilán de todos los santos A.K.A. Froilán de todos los antros. Un chaval al que le va la marcha como a nadie y no deja garito por el que pasar a correrse la juerga padre. Si fuera el veinteañero de tu escalera también sería señalado por la comunidad de vecinos, víctima de chismes y cotilleos pero cuando se trata del sobrino del Rey de España la cosa se desborda. Y en esta sociedad que va tan de moderna como cateta es, tan progre de puertas para fuera como mojigata en su fuero interno no es de extrañar que hayan salido todos en trompa para machacar los after, la Corona, la droga y la noche aunque en el fondo estén atacando la libertad y la diversión como los inquisidores lo hacían en el medievo.
Y es que para atacar a la monarquía como sistema de Gobierno hay otro tipo de argumentos pero hacerlo porque uno de sus miembros se divierta lo veo ridículo. Y es que si tenemos que tener una aristocracia pagada a escote prefiero que se dediquen a lo que les corresponde, vivir la vida contemplativa y no meterse en los asuntos de Estado. Ser un florero, algo superfluo, un adorno para decorar las fiestas navideñas.
Y a estas alturas de la historia no nos hagamos los sorprendidos porque los Borbones nunca han sido de quedarse en palacio. Los antepasados de Froilán han estado en todos los saraos habidos y por haber, fueron pioneros en la promoción de cine porno en España, seguidores de vedettes y asiduos de los privados en la Joy Eslava. Y los prefiero en ese perfil farandulero y parrandero que en otro diametralmente opuesto, el de inmiscuirse en la vida política del país o en la toma de decisiones geoestratégicas.
Pero si algo me preocupa del tsunami biempensante de los últimos días respecto al caso traído a colación no es el ataque a Froilán, sino el ataque a lo que estaba haciendo: divertirse. Es esa ofensiva retrograda de lo que deben ser las buenas costumbres, la correcta moral y el orden establecido. Es afianzar la idea de que hay una manera buena de divertirse y otra no. Es criminalizar la juventud, el sexo, las drogas, el baile y los after. Es imponer lo políticamente correcto como dogma y en un mundo tan multidireccional y confuso hay quien por atacar a la Familia Real saca a la palestra un discurso de una ranciedad y autoritarismo soterrado que resquebraja los valores democráticos y termina por casi convertir a Froilán en un activista de la libertad individual. Y eso sería del todo posible si saliese y diría que no hay nada malo en la farra, el desfase, la música y la diversión, que no fuera de tapadillo como lo hicieron sus ancestros y que es una opción tan válida como otra. Lo único malo que yo veo es que esa opción sólo pueda ser apta para los que tengan sangre azul.
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