El fin de semana de su rentrée tuve la inmensa suerte de poder colaborar con la organización de un evento que salió, como siempre, a las mil maravillas. Y es que algo debe de haber en esa diminuta sala que tan especial hace el tomarte una copa allí. Ese rinconcito de Bilbao donde la esencia clubbing se mantiene flotando entre pelucas y vestidos de lentejuela sigue siendo el hogar para cualquiera que lleve consigo las tres premisas clave: tolerancia, respeto y diversión. Asier Bilbao, el jefe de pista, lleva 32 años empeñado en la labor de que eso ocurra y a partir de ahí todo el espacio para el jolgorio, la libertad, el cambalache... porque la fiesta y el buen humor están asegurados cada vez que se abren sus puertas.
Antaño, cuando muchas de las más grandes e importantes salas de fiesta del país se ubicaban en el Gran Bilbao, donde recalaban los mejores y más populares artistas nacionales e internacionales de aquello que se llamaba “variedades”, el espectador disfrutaba de las actuaciones de Lola Flores, Tom Jones, Mónica Naranjo o Chiquito de la Calzada en un formato más íntimo y cercano. Ahora las propuestas son siempre multitudinarias, para aforos de 5000 asistentes para arriba, donde el asunto se despersonaliza, se masifica y pierde magia.
Por eso es tan importante que propuestas pequeñas y medianas, como el Key, se mantengan. Porque gracias a ellas el establishment tiene terreno para nutrirse, ya que las nuevas tendencias y la creatividad surgen de locales pegados a la calle, no de mastodónticas producciones. De esos lugares de mezcla infinita, donde cada cual es de su madre y de su padre, donde se juntan personas de distinta edad, raza, religión, clase social, maneras de entender la vida y se ríen, bailan, ligan y charlan en paz. Un lugar imprescindible donde militantes clubbing, como yo, tan a gusto nos sentimos. Un lugar más allá de Spotify, Netflix o Tinder, donde la experiencia es real y no virtual. Un lugar donde es imposible decir “Yo aquí no vuelvo más”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario