domingo, 16 de marzo de 2025

CUANDO LOS VIZCAÍNOS BAILABAN EN CANTABRIA

Desde tiempos inmemoriales la historia cántabra y vizcaína siempre han estado ligadas como dos regiones donde sus pobladores se desplazaban de un territorio a otro por innumerables razones. Una de ellas, especialmente en el último cuarto del siglo XX, fuel la de bailar y divertirse en sus salas de fiesta y discotecas. Los cántabros no dudaban en hacerse unos kilómetros para venir a los clubs del área metropolitana de Bilbao y los bilbainos, sobre todo en verano, eran asiduos visitantes de las salas cántabras. Sus pueblos y ciudades estaban repletos de pistas de baile que atrajeron a una enorme cantidad de público que, como yo, no teníamos reparo en coger el coche para acudir a garitos en busca de marcha de la buena. 

Laredo era conocida por su larga playa de La Salve y su interminable noche, especialmente la de época estival, donde desde ya los años 60 la fiesta no tenía fin. Como en mucho otros sitios, la localidad tuvo su Tiffany´s, una sala de fiestas espectacular a la que acudían foráneos y autóctonos, al igual que otros lugares noctámbulos y bailongos como Oliver y Biblos. Ya en los 80 abrió sus puertas la macro Garra´s con su famoso laser. Y en los 90 se originó la moda de acudir a los innumerables pubs y discobares de la Puebla Vieja para después, según avanzaba la noche, desplazarse hasta la zona de El Puntal donde se ubicaban las discotecas Los Pinos y Copacabana y, un poco más tarde, el after El Puntal. Recuerdo bajar sus escaleras para continuar la fiesta y dar esquinazo a Lorenzo, cuyos rayos empezaban a despuntar en el exterior. 

Por su parte, Santander era lugar de peregrinaje, especialmente a la discoteca Pachá, donde la gente más guapa se dejaba caer, incluidos los jugadores del Athletic que eran habituales de su pista y no vacilaban a la hora de desplazarse los 100 kilómetros escasos que separan ambas capitales para pasar un poco más desapercibidos entre los noctámbulos. 

Otras localidades que tenían mucho tirón eran Castro-Urdiales con bares como La Noche o la discoteca Safari y el pueblo de Solares, cuyos domingos se pusieron de moda e hicieron, en la primera década de los 2000, el lugar al que acudían cientos de vizcaínos para disfrutar de su noche. 

Pero si había un lugar con enorme jarana y jolgorio ese era Noja. Su zona era la que más ambiente tenía con múltiples discopubs como Metro y otro cuyo espacio era como una especie de cueva rocosa y del cual no recuerdo el nombre. Y por supuesto sus dos discotecones; EL Barco y Splash. La primera más “pija”, con música más asimilable para la mayoría y actuaciones, conciertos e incluso stripteases.  

El Splash era otro rollo, mucho más electrónico y potente. Recuerdo la primera vez que fui allí y vi el edificio a lo lejos, pensaba que nos habíamos equivocado y que aquello eran unas ruinas o casa a medio construir en mitad de un descampado. Nada más lejos de la realidad, al entrar me di cuenta de que lo estaba haciendo en uno de los templos clubbing del Norte. La música era apabullante, el ambiente indescriptible y el baile permanente. Luixón era su deejay residente y el alma de un proyecto que hizo elevar el volumen de los sonidos trance en un lugar de culto al que cada fin de semana acudían jóvenes de innumerables lugares en una de las experiencias clubbing más impresionantes que yo haya podido vivir. La energía de Luixon y del Splash era increíble y seguramente el mejor lugar para acabar una noche cántabra que te invitaba, por su experiencia, a repetir ser bailada. 

Foto: discoteca EL Barco sacada de Tripadvisor

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