El Bilbao de los años 90 constituyó una urbe en transición donde el terrorismo, la epidemia de heroína y la desindustrialización curtió a una generación de jóvenes poco proclives al exhibicionismo y faranduleo desarrollando fenómenos como el punk, el rock radical o el poligonerismo asentado en el hardtrance. Por eso, mientras en la primera década de los 2000 comienza a existir en ciudades como Barcelona, Madrid, Valencia o Sevilla una novedosa forma warholiana de ocio nocturno consistente en bailar junto a los integrantes de la nueva hornada de famosos provenientes de espacios televisivos como Gran Hermano o Crónicas Marcianas, los cuales recorrían en las noches de los fines de semana la geografía en innumerables bolos para hacer caja. Eran años en los que un nuevo famoseo desplazó en interés al tradicional, formado por un inalcanzable conglomerado de artistas, deportistas y aristócratas que aparecían en las revistas de la prensa rosa por un grupo de personas más mundanas, más cercanas e incluso frikis, término del momento para definir aquellos personajes extravagantes, raros y outsiders.
La telerrealidad desplazó al glamour y sus protagonistas se mezclaban con los asiduos a discotecas y salas de fiestas para sacarse una foto, tomarse una copa o bailar con ellos. Pero como digo, eso sucedía en lugares donde la frivolidad era divertimento y no estaba mal vista, Bilbao era otra cosa. Pero según avanzaban los primeros años de este nuevo siglo, la coyuntura social en Euskadi se fue relajando y propició que esta nueva forma de show se introdujera de manera tímida, siendo pioneros en el asunto la sala Consorcio y otra, de la que hoy escribo, que, desconozco el motivo, no hay referencias en Internet, ni quedó excesivamente impregnada en el recuerdo colectivo botxero. Algo curioso porque se erigió como la discoteca de moda en Bilbao durante varios años, me estoy refiriendo al Quetzal.
La sala se ubicó en un local del callejón que hay entre las estaciones ferroviarias de Abando y La Concordia, encima de las oficinas de la Cruz Roja en José María Olavarri. En ese mismo espacio se abrió, justo antes, una sala de striptease que pretendía ofrecer otra propuesta en la noche de Bilbao, algo distinto a lo existente y más cosmopolita. En su barra, quiero recordar, estrellas del momento como Chiqui Martí y Susana Reche llegaron actuar y pese a que el proyecto se expuso como un lugar de buen gusto, estuvo perseguido por una fuerte polémica y acusado de sitio de prostitución por los vecinos, algo que nunca se pudo probar.
Así que la sala, poco tiempo después de su apertura, se reconvirtió en una discoteca convencional, sin excesiva luminotecnia y sonido, pero con un factor atrayente, tenía cada noche invitados famosos en su pista de baile. Su gerente era Eliana o Elian, no recuerdo bien el nombre, muy amiga de la que fue pareja de Juan Miguel, el exmarido de Karina. Ambos, eran por aquel entonces, asiduos a los programas de Telecinco. Pronto sus amigos televisivos comenzaron a aparecer por Bilbao. La discoteca Quetzal empezó a ganar en popularidad y llegó un momento en que entrar resultaba ser complicado por la gran cantidad de público que se acercaba por allí. Era habitual encontrarse en su pista a integrantes de la troupe de grandes hermanos que se dejaban caer por allí.
El ambiente era diverso y divertido y los rostros populares se implicaban para que las fiestas fueran auténticos fiestones donde participaban como un asistente más y se mezclaban con los anónimos, bailando, sirviendo copas o sacándose fotos en el momento previo a la aparición de las redes sociales.
No recuerdo con exactitud cuando cerró la sala, pero sí que, en sus últimos tiempos, como suele pasar con los sitios que se masifican, comenzaron a haber demasiadas peleas y pulular macarras revientafiestas, lo que bajó la asistencia y terminó por echar la persiana de un lugar que trajo a Bilbao una nueva forma de diversión copiada posteriormente hasta la extenuación y propulsada por la aparición de los smartphones y redes sociales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario