martes, 9 de febrero de 2021

¿COMENZÓ EL ABURRIMIENTO EN LOS 90?



Hace un par de días se montaba un pequeño salseo de los muchos que se prodigan en, un a diario enojado, Twitter. En este caso, la polémica surgió por este artículo de Hector G. Barnés en el que aseguraba que los 90 fueron unos años aburridos y una vez superada la pandemia es precisamente ese sopor el que nos espera y no un remake de los felices años veinte del siglo pasado, tal y como muchos defienden. El hecho es que el interesante texto me hizo pensar más allá del argumento central del mismo e intentar comprender cómo alguien puede considerar los 90 aburridos. Y es que esos fueron los años de mi efervescente adolescencia, la popularización de la Ruta del Bacalao, el grunge, la fiebre por el eurodance y la explosión poliédrica de la música electrónica en infinitos estilos y géneros en una época donde las redes sociales y el hiperpostureo eran ciencia ficción.

Pero recapacitando y leyendo la argumentación del articulista, he de reconocer estar de acuerdo con él en una gran parte de su disertación. Que la última década del siglo fue un aburrimiento es, para mi, una hipérbole para llamar la atención de lo que sí pienso que comenzó a suceder por aquel entonces, el inicio de un cambio de costumbres en la sociedad española que ya se venía arrastrando desde los últimos compases de los 80 y formaba parte de una idea proveniente de otra sociedad, la del consumismo individualista de los Estados Unidos. Allí los 80 fueron los años de la televisión por cable, los grandes centros comerciales, el servicio de comida a domicilio y los equipos de entretenimiento en tu casa. Ya no hacia falta salir de tu hogar para nada, tras unos agitados 70, la era Reagan defendía y anhelaba el conservadurismo y la vida familiar. Videojuegos, equipos de música HI-FI, el PPV, las pantallas de televisión con enorme calidad o el VHS, entre otras muchas cosas, hicieron que salir al teatro, la discoteca o el restaurante fuese cada vez más innecesario.

El asunto llegó a España, como todo, de manera tardía pero llegó. En una cultura tan latina como la nuestra, callejera y jaranera, necesitó de mayor tiempo para calar pero el capitalismo se vende tan bien que acabamos por comprar la moto. Antes la plaza y el bar eran dos espacios esenciales para la socialización, aquí la casa es raro que se nos pudiera caer encima. Y además era algo intergeneracional porque las discotecas y salas de fiesta, por ejemplo, eran sitios que podían ser compartidos por personas de todas las edades sin prejuicio alguno. A partir de los 90 la cosa cambió lentamente y se asoció la calle, el bar y la discoteca con la juventud. Si tenías cierta edad no eran sitios para ti, a no ser que fueras un perdedor sin poder adquisitivo para tener un hogar lleno de artilugios que te entretengan de una manera segura. Con el nuevo milenio, la maquinaria capitalista ideó nuevas "necesidades" para hacer que los individuos seamos más productivos con el fin de ser, a su vez, más consumistas. Con los atentados del 11-S y la aparición de las redes sociales, la seguridad y el culto al cuerpo se convirtieron en nuestra obsesión. Y si Lou Reed o Sid Vicious idealizaron los cuerpos famélicos e insanos, David Guetta o Maluma apuestan por defender el gimnasio, el cuerpo musculado y la tez morena sin rastro de ojeras.

Los jóvenes compraron la nueva vida capitalista y rechazaron las drogas, el alcohol y el tabaco, incluso los fines de semana de trasnoche. La socialización se lleva a cabo a través de la pantalla y el poco dinero que tienen se lo gastan en viajes lowcost, ropa lowcost, mierdas lowcost y gadgets electrónicos que les consigan filtrar su vida en imágenes llenas de vacío compartidas a través de las redes.

Y así, en el 2020, las pistas de baile son lugares considerados, cada vez más, como espacios marginales, como para esa gente que no comulga con los tótems modernos y actuales de la seguridad  y la imagen. Un proceso que el coronavirus no ha hecho más que acelerar para globalizar una forma de vivir, para mi, más soporífera y deshumanizada. Ahora ya no es tiempo de pasarlo bien sino de parecerlo y compartirlo. Y eso es muy aburrido. 




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