Bilbao y su entorno siempre tuvieron escenas al margen de lo establecido, de eso a lo que ahora se llama stablishment. Uno de esos fenómenos a los que me refiero es el que surgió en la costa del Gran Bilbao, asociado a la música electrónica de baile, en los años 90. Entre Getxo y Gorliz, dos municipios del área metropolitana, apareció un pequeño circuito de locales con enorme marcha que se ubicaban cerca del mar, en zonas no tan urbanas y que supusieron el revulsivo vizcaíno a la noche más estándar. Eran salas influenciadas por los ecos llegados de paraísos discotequeros florecidos a orillas del Mediterráneo en la mejor época ibicenca y valenciana. Entre aquellas discotecas tan especiales con un sonido tan innovador estaban el Swimming Pool, el Purgatorio, el Archipielago, The Image...
Pero una de las paradas más recordadas de aquella ruta, seguramente por ser la última, es la del NYX. El NYX se erigió como un lugar de encuentro para amantes de la música electrónica de baile como ningún otro. Era un caserío centenario ubicado en Gorliz y abierto como discoteca en el año 1991. En sus inicios el proyecto no tuvo seguimiento hasta que en 1997 llegó a la cabina DJ Montxo y en plena ola trancera en Euskadi, el NYX se convirtió rápidamente en uno de los afters más legendarios. En ese mismo año, Cerwin se hizo cargo del equipo de sonido, metiendo más de 45.000 watios que reventaban, sin entrecomillado, la estructura del viejo caserío. Además del espectacular equipo, Montxo consiguió una programación que te giraba la cabeza logrando traer a los mejores deejays techno y trance del momento. Pero él ya era de por si una rutilante estrella, un deejay con una trayectoria y experiencia a nivel nacional e internacional que le había hecho trabajar con los mejores. En unos meses el sonido NYX era muy reconocido y las ganas por venir a bailar al baserri de Gorliz cada vez eran mayores entre los fiesteros más osados, más bailongos, más inquietos que se rebelaban contra Morfeo y necesitaban seguir bailando un día más, exprimiendo el fin de semana hasta sus últimos minutos. De esta manera, cada domingo, a partir de las 9.00 de la mañana, el NYX se convertía en el centro neurálgico de la música electrónica en todo el arco atlántico consolidándose como un polo de atracción de jóvenes clubbers provenientes de infinidad de lugares que no dudaban en recorrer desde decenas hasta centenares de kilometros para amanecer en el parking del NYX. Muchos de ellos, a sabiendas de que se tendrían que quedar en el aparcamiento, siendo militantes de una nueva manifestación de la cultura clubbing proveniente de la valenciana ruta del bacalao llamada parkineo, fuertemente instaurada en las macros de todo el país en el que el ámbito de socialización dejó de ser la pista de baile para convertirse en el parking de la discoteca, algo que era muy frecuente en el NYX, donde la autonomía del individuo respecto a la sala era mayor y el entorno natural cobraba mayor protagonismo. Mientras a escasa distancia familias pasaban el fin de semana en la playa, en el viejo caserío la ruptura con la tradición había llegado y se visibilizaba en una muchedumbre vestida con pantalones de campana, camisetas coloridas y gafas de sol para no dejar de bailar dentro y fuera del local. Abanicos y plataformas, lentillas de cromática imposible y piercings en lugares dispares, los carros tuneados... la escena discotequera huía, por fin, de lo bienpensante y se trasladaba a los márgenes de una sociedad que resultaba intransigente hacia determinadas maneras de ver la vida. El movimiento clubber es obligado en los 90 a salir de los centros de las ciudades para desplazarse hacia el extrarradio e ir haciendo suyos espacios como naves industriales, fabricas apartadas y viejos caseríos. Algo que confrontaba con una sociedad tan tradicional como la vasca. Sea como fuere, pese a tener un aforo de 500 personas, eran miles los clubbers que se acercaban por Gorliz todos los domingos para no dejar de bailar por mucho que el sol estuviera brillando. Parecía un sueño.
Una utopía que se va agotando cuando la crisis económica, los cambios de costumbres y desavenencias contractuales con los propietarios terminan con el sueño clubbing. En 2008 el legendario local cierra sus puertas aunque aún hoy es recordado por muchos que todavía tienen grabado unas sesiones donde se gritaba bien alto “No digas domingo, di NYX”
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